27/5/20

"Pandemia": El momento de dar vuelta la página


Por Pablo Salinas

Ya va quedando demasiado claro que a una buena parte de la población de este planeta le atraía, le interesaba, incluso ansiaba verse enfrentada a una amenaza mayor, formar parte de esa cinta bastante trillada donde una bestia negra pasea su pestilente sombra por las calles de una ciudad semi abandonada. Ahora la bestia llegó en formato diminuto (en rigor, nanométrico), cargando más de un nombre (un detalle de complicación extra contribuye al suspenso) y una tajada importante de las audiencias parece conforme con la oferta. Parecen conformes porque insisten majaderamente en deglutir el trance en clave de pesadilla. El lente está enfocado solo para apuntar a la parte oscura del fenómeno; se nubla miserablemente cuando recorre la totalidad del molde.

El famoso COVID entró en escena primero en el norte. De China dio un salto grande hasta Irán, luego se encaprichó con Italia y terminó repartiéndose en forma desigual por el resto de Europa. Hace tres meses, nosotros en Latinoamérica cerrábamos el verano con noticias de ciudades enteras en Lombardía siendo asoladas por este nuevo virus y casi nadie (menos a la distancia) podía atreverse a subestimar el poder de fuego del incipiente trastorno. Giorgio Agamben, sin embargo, lo hizo, y se ganó una respuesta brutal, maciza e internacional, que no hizo más que sumar más volumen a medida que los días pasaron y las víctimas fatales se fueron sumando. Y lo que Agamben hizo -en ningún caso probarse de improviso los ropajes del investigador médico, asunto que empezó a ser deporte durante el transcurso de la epidemia- fue simple y limpiamente remitirse a interpretar los primeros informes entregados por los órganos de salud oficiales, los cuales corregían rotundamente a la baja la real estatura del monstruo.

Pese a la histérica arremetida contra Agamben y las pocas voces que osaron cuestionar la afinación de la canción oficial, la materia gris europea siguió activa, aportando luces. Jean-Dominique Michel, antropólogo de la salud suizo, tipo con toda una vida hecha en torno a la investigación y la reflexión sobre el fenómeno de las enfermedades y las epidemias, pudo poner en práctica en carne propia todo lo que pronto había aprendido respecto al nuevo virus. Cayó contagiado, probó en primera persona el tratamiento que le merecía mayor confianza, superó sin mayor drama el mal y compartió lo aprendido: la peste china no podía ser considerada bajo ningún criterio científico ni más poderosa ni más mortal que un brote de influenza típico de todos los años. Este último engendro de la familia de los Corona era apenas el pie; el resto de la estridencia venía por obra y gracia de un tratamiento mediático fuera de toda escala, "alucinado", como no dudó en tildarlo el helvético.

Fueron, por lo demás, los mismos investigadores -los de madera noble donde no entra el formón del lobby farmacéutico- quienes empezaron a dejar en evidencia lo contrahecho del tinglado, la trizadura más o menos severa en la fachada de la "pandemia": pese a tener este bicho nanométrico un poder de letalidad más bien menor (0,5% según el muy conservador Instituto Pasteur), una porción importante de las víctimas mueren por recibir un tratamiento incorrecto; más que destinar ingentes recursos en el contrasentido de dar con una vacuna para una enfermedad no-inmunizante mucho más lógica tiene ayudar a fortalecer el sistema inmunológico de cada cual, y la forma idónea de hacerlo es sociabilizando, tomando sol, haciendo ejercicio, justo lo contrario de lo que impone un régimen de confinamiento...

La sombra de este eclipse planetario se carga por estos días de este lado del globo. Además, los "expertos" -los hechos de corcho que hacen las figuritas según se les van dictando desde la cúpula- han dicho que ahora, una vez que COVID se despide del norte, ha llegado el turno de Latinoamérica. La horda de comentaristas pretendidamente más lúcidos seguro se frotan las manos: en la antesala buscaron incluso bajo la alfombra el eslabón perdido de la mega-catástrofe (una vía de inteligencia superlativa para poner en aprietos al gobierno de Piñera), ahora cualquier tintineo de vasos sobre la mesa tendrá luz verde para ser leído como inicio de terremoto. Pero el terremoto no está. Más bien, está y bien encima, pero no vendrá precisamente desde ese lado donde concentran sobrexcitados desde inicios de marzo la mirilla.

Régimen policíaco y todo un país semi paralizado por el muy rudimentario pretexto de una epidemia que no tiene nada de raro ni inusual.

Ya es tiempo de sacarse la venda y muy resulta y enérgicamente despertar.
 

2 comentarios:

Marcelo G dijo...

Es así, lástima q seamos pocos los q veamos lo evidente. ¿Qué se puede hacer?

Anónimo dijo...

Polémico...