15/2/13

Reciclando el modelito, por Pablo Salinas

A muchos parece molestarle sobremanera el silencio de Bachelet. A casi tres años del 27/F, cuando resurgen videos y documentos comprometiendo claramente su actuar como jefa de gobierno ante el remezón telúrico y, sobre todo, posterior tsumani, se levantan voces para que la actual segunda a bordo de la ONU deje de lado su obstinado ostracismo y declare, se defienda, diga algo. Pero la Bachelet no habla.

No importa que no hable. Sus asesores eso lo tienen más que claro. Aunque el peso de las evidencias en su contra parezca grande, no importa. Voces más histéricas pueden exigirle que, incluso, pida perdón ante el país, pero sus asesores no se inmutan: pasará un tiempito y todo quedará en el olvido. Y el patrimonio mediático intacto. Ese, el mismo que la catapultó a la punta de las encuestas encaramada en una tanqueta hace ya algunos años, que se cimienta en su cercanía, su simpleza, que pese a que habla varios idiomas luce más como una afable pero digna dueña de casa que como una experta en cualquiera cosa. Que pese a que su padre fue torturado y muerto por la represión de Pinochet, ella nunca ha dejado ver la menor muestra de resentimiento o animosidad. Su equilibrio, su sensatez. Su probidad. Por eso ahora, el chaparrón lo enfrentaremos sin emitir declaraciones, sin acusar recibo, sin levantar polvareda con respuestas forzadas, difíciles. Mal que mal, corre sola en la carrera a La Moneda.

Por lo demás, ¿quién la ataca? ¿La "derecha"? ¿Alguien todavía supone que a la "derecha" le importa que el turno a la cabeza del gobierno vuelva a recaer en una figura del "socialismo"? Siempre, claro está, habrá uno más hormonal, más sobreexcitado, dispuesto a decir pelotudeces, a seguir jugando el juego a la antigua, expresando algo así como un odio parido a todo lo que provenga de la (otrora) vereda contraria. El tonto de turno, un Moreira. ¿El resto? El resto no puede estar más que cómodo con el más que probable retorno de una figura cuya una de sus últimas gestiones antes de dejar el mando la retrata a cabalidad: el proyecto de una central termoeléctrica de capitales norteamericanos estaba siendo trabado por los tribunales, Bachelet recibe al embajador yanqui y posteriormente instruye en forma solícita y rauda a sus subalternos para que busquen una solución al tema. Ninguna figura de la "derecha" lo hubiera hecho mejor.

Además, cuando lo único que de verdad importa es mantener el status quo, inalterado el estado de cosas, la premisa ya no tiene necesariamente que ver con "derecha" o "izquierda", hombre o mujer, blanco o negro. Esos son recursos a los que se puede echar mano, algunos más útiles, otros menos. La premisa es la que Galbraith brillantemente sintetizó en una frase: "Para manipular eficazmente a la gente, es necesario hacer creer a todos que nadie les manipula." Y, al menos hace unos lustros, la oferta de una mujer de edad media, algo regordeta, aspecto afable y raigambre izquierdoza, servía en ese sentido. Era un producto cercano, buena onda, la pantalla ideal para seguir articulando por detrás la pauta. Ahora, cuando la gente parece algo más instruida (y desencantada), uno tendería a pensar que ya no. Pero las señales parecen indicar que es sólo un ya no tanto. El modelito, como el añejo argumento de una comedia apenas reciclado, sigue funcionando, y entre algunos incluso, arrancando idiotas carcajadas.