29/7/13

La representación, por Pablo Salinas


El actual teatro de operaciones nos señala que sobre la pista hay una sola competidora, cuestión que, considerada bajo cualquier criterio del canon, resulta algo bien poco recomendable. Los armadores de imagen, los asesores de mercado -junto a la natural bonhomía de la ahora exclusiva competidora- conspiraron de manera un tanto excesiva para fortalecer a la candidata hasta niveles francamente desproporcionados. Avanzando al tranco que sea -al trote, cojeando o dando botes-, la carrera ya está ganada. Eso no puede ser. El espectáculo pierde interés, la gente se mosquea, empieza a rezongar. Urge entonces levantar cuanto antes al monigote que le haga de comparsa. La parodia del choque de fuerzas debe reposicionarse, reacentuarse. Funciona, la masa quiere que las distancias se estrechen, que los números de las encuestas se muevan, que todo no parezca tan cocinado. Por desgracia, los monigotes de turno van cayendo uno tras otro con enervante facilidad.

Llega la hora de negociar. De discutir. De ponderar. Que la agenda de la "candidata única" vire a la moderación no debería alarmar a nadie. Si al final, desde las aulas universitarias hasta al patio dominguero en La Florida, se repite el eslogan de que "somos un pueblo más bien moderado, conservador". Esto, por espontánea consecuencia de determinada amalgama genética, o bien, por el efecto coercitivo que ejerce nuestra propia historia. No queda otra: hay que avanzar despacio, en forma gradual y consensuada, si no queremos ver todas nuestras aspiraciones frenadas de cuajo. La señora Bachelet parece incluso, cada vez que la situación así lo amerita, encarnar a la perfección dicha cuestión, dicho trance. Con su regordeta figura -a medio camino entre madre superiora y profesora de castellano- y un rictus amargo estampado en el rostro, parece expresar un "hago mi mejor esfuerzo" de manera todavía suficientemente convincente. Hasta uno, en cierta medida, se lo cree. Es decir, frente a la estampa de sapo autosatisfecho de Lagos o la de cínico rufián de Frei, la experiencia del poder en la Bachelet se diría que no llegó aún a marcarla de manera tan brutal, como a los dos otros ex-gobernantes de su misma coalición.

El espectáculo que se genera en torno al "poder", y que en época de celo eleccionario experimenta un sensible realce, nunca ha sido lo más excelso, digno o edificante que los hombres, como especie, podemos brindar. Menos ahora, en estos tiempos que corren, del ya más que cacareado "descrédito generalizado de la clase política", donde el rechazo ciudadano no se explica sólo porque dicha casta lo esté haciendo particularmente mal, sino también porque cada día son más quienes se atreven a cuestionarse el cuento de que somos incapaces de convivir civilizadamente fuera del yugo de la institucionalidad y que debemos dócil e inevitablemente entregar nuestra soberanía al monigote de turno para que nos represente.