30/8/11

Mucho más allá de los estrógenos, la Ciudad de Luz


Esto no es exactamente reciente. En rigor, lleva ya un tiempo, un par de años. Y que nadie me acuse de nada; simplemente, por una razón de estricta “estadística”, es así. Lo pongo de esta manera: supongamos que existiera un diario –hoy por hoy, de hecho, perfectamente se podría hablar de una red social- encabezado y escrito sólo por mujeres. En éste, este diario virtual, se publica cierta clase muy específica de información: huestes de ángeles socorredores, sanaciones a distancia, portales energéticos que se abren, naves nodrizas que nos supervisan, etc. Y en lo que se refiere a nuestro territorio en particular: que frente a nuestras costas –o bajo ellas- se escondería una ciudad de luz. De hecho, esto explicaría en parte los varios avistamientos de ovnis que se habrían percibido sumergiéndose o sobrevolando nuestras rugidoras aguas del Pacífico –asunto que incluso ha alcanzado cierta repercusión en la prensa regional-. Materia de debate se vuelve ahora el determinar con exactitud dónde se encontraría dicha ciudad. Cuestión para nada menor si se considera que en este plano de las polaridades siempre junto a la luz, muy cerca está la oscuridad. Es decir, si el foco de luz está aquí, poco más allá la negrura se impone.
(Escribo esto y es casi instantáneo que recuerde lo escrito por mi amigo Américo en su blog hace unos años leer aquí. Es la fuerza de la palabra escrita, lo tengo clarísimo, que hace que ese testimonio redactado hace ya rato cobre un énfasis especial. Es sólo un antecedente, por cierto, pero que me aporta un elemento interesante en esta candente cuestión.)
Focos de luz más, focos de luz menos, que nadie se alarme: esta es la repercusión a escala local del trastorno mayor que se experimenta a nivel planetario. Los contrastes parecen intensificarse de forma repentina y brutal para, ¿terminar definitivamente aplacándose? Más bien, sospecho, todo va a mutar, a cambiar de plano. Como dice Julio Pagano, cada uno de nosotros somos semillas que no podemos más que germinar y florecer. Todos. Es nuestra condición más esencial. El proceso que se vive ahora podría entonces, de igual manera, entenderse como el pataleo propio del polluelo habituado durante demasiado tiempo a la sedentaria vida dentro del nido ahora empujado árbol abajo a que ponga en acción sus alas. A que agite esas largas y fantásticas extremidades entumecidas y de una buena vez se largue a volar.
Soy testigo privilegiado de estas casi diarias reuniones de pauta de esta nueva prensa femenina. Los varones, lo aclaro, no es que no participen en éstas pero constituyen clara minoría. Estamos atentos, expectantes, al aguaite ante esta poderosa sensibilidad que repunta y se dispara, aportando al debate con los contenidos más disparatados e improbables que nuestra mente antigua quiera considerar.