18/1/10

Fiel a la Concerta, por Hervé Tusak


Tal vez fue porque me equivoqué y pensé que entraba al comando del no. O simplemente porque cualquier alusión a San Francisco todavía me sigue cayendo en gracia es que le acepté a un viejo amigo su invitación a pasar a verlo a eso de las cuatro o cinco de la tarde al meeting freísta, a esperar los resultados. Quizá, en definitiva, no me haya animado más que un mórbido afán por contemplar en directo, en presencial, las caras de la derrota. Cualquiera medianamente informado, sin necesidad de poseer especiales dotes de pitoniso, sabía que el triunfo del abanderado de la estrellita multicolor era el único desenlace posible en la jornada de ayer. Llegué, pues, vencí todo escrúpulo y ahí estaba algo pasada la hora convenida. El plato, en líneas generales, no decepcionó. Delfina que, como una vieja camarada, parecía una figura de Ibsen paseándose lívida dando declaraciones a los siempre ávidos de la prensa; la chica Malebrán, con varios meses de embarazo a cuestas, en tonos cafés lamentándose amargamente que de aquí a marzo daba a luz en los primeros días del gobierno de Tatán. Otro, que se pasaba una y otra vez ambas manos por la cara como queriendo despertar de un sueño pegajoso y muy desagradable. Me entretuve contemplando a la (mayoritaria) feligresía femenina de la Concerta: la estética de tintes artesa, la predominancia de la opción natural tanto en las cabelleras (más morenas y menos rucias que en el bloque aliancista, creí distinguir) como en la ropa y alhajamiento en general. Ordenaron guardar las botellas de champaña en una decisión poco atinada, a mi modo de ver. Cerrar la calurosa tarde, tras aquel colapso emocional de la multitud, con un poco de champaña helada no parecía tan mala idea. Podría haber ayudado a conversar más desinvolucradamente con algunas de aquellas lindas militantes concertacionistas...
De vuelta en casa, cerraba mi agotadora jornada con Debussy y sus Nocturnos. Y así, sumergido en ese caudal sonoro, con la mente puesta en los todavía muy nítidos eventos de la tarde, volví a entender que todos estos tipos -los artistas- no hacen más que destilar (en un extraño esfuerzo) gotas de un súmmum demasiado excelso y refinado que, a su vez, no hace más que provocar en quien lo ingiere un estado de progresivo ensimismamiento. Gozoso, poderoso y trascendente, pero ensimismamiento al fin y al cabo, que no hace más que acrecentar nuestra distancia con los pasatiempos de la plebe y que, por ende, nos va convirtiendo en criaturas cada vez más aisladas, desconectadas e inoperantes. Simplemente, en dos palabras, porque el foco de nuestros afanes se va centrando cada vez más en las conquistas y aspiraciones dentro de uno mismo, en la escala de lo más íntimo, y cada vez menos en los grandes movimientos de la calamitosa superficialidad y la brocha gorda.