21/1/24

Cantalao, 50 años. La deuda de Chile

 


En el mundo, pero muy particularmente en Chile, pasa algo muy raro con Neruda. Basta con que alguien, quien sea, pronuncie su nombre, para que la rechifla se haga oír desde algún punto de la galería. Y no solo de la galería; también desde la tribuna, el palco. Bastó con que hace algunos años alguna poeta desde España, tras revisión de sus memorias, lo marcara con el timbre de "violador", y algún otro por ahí le sumara el de "mal padre", para que la inquina se propagara como llamas sobre maleza seca. Hace pocos días, un medio entrevistó al empresario que se hará cargo de los restaurantes que funcionarán en las casas que tuvo el poeta; uno de cada tres comentarios al pie de la entrevista en las redes sociales apuntó sobre la pertinencia de trabajar en torno a la figura de tan reprochable sujeto...

 Antes, hasta antes de la irrupción de este fenómeno de masas, el impulso anti-Neruda por cierto que existía -incluso era robusto-, pero iba por el lado estrictamente ideológico, el comunismo y, en particular, el recalcitrante estalinismo del poeta. Cuestiones que, por lo demás, en forma bastante clara sí incidieron en su obra. Los factores que se esgrimen ahora orbitan en el ámbito estricto de lo moral, y, por cierto, no afectan, ni influyen ni perturban, en nada su creación artística.

Pero, lo concreto es que este señor, nacido en Parral en 1904, hijo de un empleado ferroviario y una maestra de escuela, que atrajo los ojos del mundo sobre Chile por los méritos de sus versos -¡vaya!-, compró en 1968 un terreno de algo más de 4 hectáreas, en inmejorable ubicación junto al Pacífico, para ¿aumentar su patrimonio personal, fortalecer su posición económica de manera de enfrentar de mejor forma la vejez? Nada de eso. Para desarrollar un singular proyecto comunitario, que nombró Cantalao. Incluso formó una fundación para darle tiraje. El artículo uno de sus estatutos nos despeja el norte: “fundación de beneficencia sin fines de lucro cuyo fin será la propagación de las letras, las artes y las ciencias, especialmente en el litoral comprendido entre San Antonio y Valparaíso.” ¿Quién por más prestigio y reconocimiento internacional, por más Premio Nobel a su haber (en su caso, este esfuerzo fue previo a la distinción de los suecos), es capaz de hacer algo similar? Puedes odiar a Neruda, que su perfil ideológico te apeste, que lo consideres no mucho más que un mero agente infiltrado de Stalin, o bien un padre horrible con tendencias a abusar de señoritas y que además su poesía te resulte irremediablemente insufrible, pero tendrías que ser un hipócrita sin remedio para no aplaudir de pie un proyecto tan noble y generoso como Cantalao.

Hace ya medio siglo que Neruda nos dejó. Justo poco antes de que el año 50 de su partida expirara, visité aquel mítico terreno del sueño del poeta. En su interior permanece todo casi tal cual a 1973. La cabaña de madera que Neruda alcanzó a construir en vida, como habitáculo inicial del proyecto, vandalizada y destruida después del Golpe, una vez acabada la dictadura fue reconstruida idéntica por el mismo maestro carpintero que construyó la original. ¿Habrá que esperar otros 50 años para ver aparecer las otras ramas de ese gran árbol del magnífico sueño nerudiano?

Aunque a muchos de mis compatriotas se les nuble, este país le debe mucho a la poesía y a Neruda. Tenemos todos una deuda grande con Cantalao. Es hora de ponerse a trabajar en serio.

Cantalao, en diciembre de 2023

 


 

5/12/23

Sorolla, 100 años. El legado chileno


 

Este año se cumplieron, en agosto, 100 años de la muerte de Joaquín Sorolla. La conmemoración es interesante; nos pone frente a un artista que, luego de un siglo, ha logrado conservar sin mayor merma la enorme fama y popularidad que gozó en vida. Murió a los 60, pero ya tres años antes una hemiplejia, producto de exceso de trabajo, lo había mandado fuera de las pistas. Era tal su pasión por la pintura, tal el placer que le producía pintar, que simplemente nunca pudo detenerse. Lo intentó (así lo dejan ver algunas cartas), pero no pudo. Ya a los 40 era un hombre rico, con encargos de distintas partes del mundo. Otro, en su lugar, habría ralentizado un poco la marcha, optado por una vida de exigencias más moderadas, pero él no. La pintura -pincel, color, soporte- fue su gran pasión, desbordante, incombustible, y que supo plasmar y transmitirnos en sus telas. Hoy, 2023, hasta el cuello con imágenes digitales de resolución y colorido deslumbrantes, la obra del valenciano nos sigue fascinando con una intensidad única.

En Chile tenemos una relación nada menor con el maestro, la que, sospecho, no se valora lo suficiente. Rafael Erráruriz Urmeneta, nacido en Santiago en 1861, fue uno de sus clientes más importantes, en rigor, una suerte de mecenas, porque no fueron uno o dos los cuadros que le encargó y compró, sino cerca de 20. Lo hizo, además, en una etapa previa a la plena consagración del artista. Los Errázuriz Urmeneta deben ser el clan familiar más estrechamente ligado con el arte dentro de la élite chilena de ese período histórico, fines del XIX, primeras décadas del XX. Son cuatro hermanos y los cuatro tienen un vínculo destacable. José Tomás, el mayor, él mismo fue pintor, de no pocos méritos, y su esposa, Eugenia Huici, mecenas de Picasso y Stravinsky; Amalia, retratada por Singer Sargent, casada con Ramón Subercaseaux, diplomático y pintor, padres ambos de Pedro, el más destacado de nuestros pintores de historia, y Guillermo, por su lado, el menor, casado con Blanca Vergara, gran coleccionista y quien construyera el palacio que hoy lleva su nombre en Viña del Mar.
"La vendimia", uno de los dos paneles que se conservan en el Museo de Bellas Artes de Viña, el Palacio Vergara
 
 
Del total de pinturas que Rafael Erráruriz le encomendara a Sorolla no todas quedaron en Chile. De hecho, la que despierta el interés más fuerte de la crítica hoy, un retrato colectivo del grupo familiar, la atesora la Fundación Masaveu de Madrid. De las que sí quedaron en territorio nacional, las más visibles (y nada menores) son los paneles con temática en torno al vino, realizados en 1897, encargo del cual dos de sus cuatro piezas originales se conservan en el palacio que fuera de su cuñada Blanca. Se me pierde la huella de los otros retratos individuales a miembros de la familia ejecutados por el valenciano. No se puede descartar que más de alguno se mantenga en alguna colección privada dentro de nuestras fronteras. Con todo, junto al cuadro que donó Santiago Ossa al Bellas Artes de Santiago, el legado chileno de Sorolla no resulta nada despreciable, suficiente como para haberlo reunido en el marco de las conmemoraciones de uno de los pintores del pasado que gozan una salud más fuerte y vigorosa en la actualidad.
 
Los Errázuriz Valdés en exhibición en los museos de España.

  


13/8/23

La creación, como el mar, no conoce sosiego. Una visita a talleres de artistas de Algarrobo


 

 Por Damaris Calderón

Creo que para conocer a un artista hay que acceder a su taller, conocer ese espacio donde en una especie de simbiosis se entremezclan vida y obra, donde el creador pasa largas horas entregado al diálogo con las materias con las que trabaja. Donde las paredes se van impregnando de olores, de colores, de hábitos, de formas de vida. Como la paleta del pintor puede ser reveladora de los cuadros, el taller, aun dentro de un tiempo secular sigue manteniendo una especie de sacralidad, es ese refugio donde no solo se llega a la concreción material de la obra sino donde se proyecta, se sueña, se habita poéticamente en un espacio y un tiempo sustancialmente distinto al de cualquier otro. El día de ayer, en el “litoral de los poetas", accedí a los talleres de una pareja asentada hace años en Algarrobo, donde viven y contribuyen a la riqueza del territorio con sus respectivos trabajos.

 

Pablo Salinas, reconocido por su labor con la ecología del territorio, por el que ha recibido el Premio Naitun y por su activismo en las redes a través de su página Algarrobo Al Día, tiene también una vasta obra de pintor en un oficio ejercido durante años. En su taller, uno puede percibir a través de la atmósfera y los objetos, los múltiples intereses a los que se aplica con un afán quizás renacentista: a la escritura, a la pintura, a la traducción. Uno puede ver cuadros desde 1990 hasta la fecha con telas preparadas por él mismo, donde se puede entrever una especie de genealogía en el recorrido de su pintura, que van desde una exuberancia que remite a trópicos soñados e intervenidos, hasta la ironía y los recursos que lo acercan a los movimientos de vanguardia. En el taller también una ve sobre las mesas y en las estanterías, biografías de pintores y poetas, enciclopedias, libros de pintores clásicos, hasta ediciones de autores chilenos contemporáneos. Y su compañera de trabajo, una tórtola tímida y herida de un ala que va dejando sus huellas por el taller, al tiempo que se muestra/ se esconde y va dejando un rastro que es también un extraño vuelo.


 Taller de Pablo Salinas

 

Uno sale al patio, cubierto de flores y vegetación, y entonces se encuentra con las esculturas de madera tallada donde la figura femenina se expresa en el tronco de un árbol. Como si se cruzara un puente en el tiempo y el espacio, se accede al taller de Keka, María Angélica Rojas, que trabaja la escultura, tanto en madera, como en papel maché, con un marcado carácter figurativo, donde prima la figura femenina. En el taller de la Keka, los materiales proliferan profusos, abigarrados, como si se pudiera crear por cualquier lugar echando mano a ellos por cualquier parte, en cualquier momento. Las piezas en madera evidencian la pugna y la doma de la escultura, donde con máquinas y gubias más que al sometimiento de la materia, se diría que se ha alcanzado la conversión amorosa del tronco muerto en una criatura viva. Las piezas de papel maché, por su parte, van del toque colorido de la sensualidad, el delirio, hasta la simplicidad emotiva de una figura pequeña, sentada, hecha de papel periódico, cuyo rostro, cubierto por las manos de papel, provocan la tristeza de la evocación de alguien que sufre, cuya cara ha sido arrasada no sabemos por qué motivo. 

Obras en papel maché en el taller de Keka Rojas

 

Aquí, brevemente, he querido compartir esta muestra de dos creadores singulares, distintos, cuyas obras, se incorporan como otras olas, al vasto océano del Pacífico, cuya tranquilidad es solo momentánea y aparente y vuelve con la pujanza de la mar en ciernes y la fuerza de la creación infinita.


 Detalle obra de Keka Rojas

2/8/23

La poeta Damaris Calderón visita las casas de Manuel Rojas en El Quisco

 

Por Pablo Salinas

Es una obviedad, pero conviene decirlo: cada rincón del mundo, cada país, tiene necesariamente sus particularidades, sus riquezas, sus atractivos. Pero para un artista, en especial para uno hispanoparlante, Cuba sobresale como una suerte de enclave superior, único. Es tierra pródiga en voces de marca mayor, en tantos frentes, en tantos ámbitos, las letras, la poesía, la música. Revisamos el mapa. Por más que sea la más grande de las islas de las Antillas se trata, comparativamente, de un territorio más bien chico, que sin embargo genera una dinámica cultural de una intensidad y exuberancia fuera de rango. Seguro, afinando el foco, se pueden esgrimir razones para explicar el fenómeno, en las que, en cualquier caso, la coyuntura política queda como un accidente periférico. Martí, Heredia, José White, dan paso a Guillén, Lezama, Carpentier, junto a Lam, el son, el bolero, el mambo...

Hace ya casi treinta años, desde esa franja horizontal de tierras cálidas emigra hasta esta otra, vertical y harto más fría, la poeta Damaris Calderón. El lejano Chile como destino no parece una jugada demasiado práctica, pero de estos pagos le atraen y fascinan ciertos resplandores: la Mistral, Violeta Parra, De Rokha. Incluso está dispuesta a cambiar la cadencia del trópico por el austero tranco austral para estrechar el diálogo con esta cultura que nace amurallada entre el Pacífico y la cordillera. Hoy, Damaris se convierte en una voz privilegiada en la lectura de estos perfiles más intrínsecos. A la sensibilidad y el conocimiento, suma un factor clave, la natural distancia, por sus orígenes, que le permiten una mirada lúcida y entusiasta.

Hace algunos días, obedeciendo a esta vocación que no claudica, me pidió que la llevara a conocer las casas que tuvo Manuel Rojas en El Quisco. Cuestión que ninguno de mis varios amigos artistas que viven en el litoral me había pedido, ella me lo pidió. Un luminoso día invernal fue el inmejorable marco para esta visita, como una suerte de acto del protocolo poético-literario esencial, en que Damaris, la hija del trópico, saludó al viejo novelista del extremo sur.

Damaris Calderón y la casa de Calle Del Sol que perteneció al novelista Manuel Rojas

 

26/6/23

Solvay, el empresario que amaba las ciencias

 

Por Pablo Salinas


Las enormes fortunas amasadas en el siglo XIX sacando provecho del desarrollo tecnológico, que a tantos les resolvieron las tripas, o, en su defecto, les sirvieron de pasto para activar enardecidos discursos, permitieron, también, que se propiciara la práctica de un fenómeno, en más de un punto, nuevo: la filantropía. Los teóricos de hoy y de entonces tienen y tuvieron una explicación para esta novedad: nunca antes tanta riqueza pudo concentrarse bajo el control de un solo individuo, por lo que nunca antes un puro individuo, o, si se quiere un solo clan familiar, tuvo la posibilidad de disponer y jugar con montos de envergadura tal como para competir con los del poder político mismo, el estado. Los privados, estos capitalistas de marca mayor, cuya sola evocación le mantenía la pluma con la tinta a tope a Carlos Marx, entraron así a operar directamente a nivel de las políticas estatales, a intervenir, corregir o enmendar las hoy llamadas políticas públicas. Esto sigue siendo más o menos el sueño, o aspiración máxima, de todo actual capitalista de cierta estatura dentro de un contexto nacional. Pero en el siglo XIX, hubo algunos que tuvieron una claridad superior, estratégica, o, quizá, mayormente sentimental, de repartir plata a raudales con fines altruistas. 

Hay ejemplos que se te vienen encima. Carnegie, el gran magnate del acero, de aspecto algo rústico que mantuvo hasta el final de sus días pese los trajes caros, de sus raíces de obrero de su natal Escocia, figura prototípica en el imaginario yanqui, empezó arrimándose al filósofo más reputado de entonces, Spencer, y sembrando librerías por todas partes de Estados Unidos y el mundo, para terminar creando universidades y enarbolando su propio discurso sobre el arte de la filantropía (según él mismo, su "evangelio"). También, por cierto, Nobel, el infatigable inventor sueco, hombre solitario que prefirió legar el grueso de su enorme fortuna a la instauración de un premio que distinguiera los talentos de la humanidad toda, por encima de a su propia descendencia. Menos conocido que ambos, el belga Solvay, sin embargo, se apuntó una performance más discreta pero poderosa, que además, analizada bajo la lupa del tiempo, sobresale por lo visionaria, como marca simplemente insuperable. 

Su historia también contiene ingredientes de empuje y auto-superación que resultan característicos para estos casos -en el suyo, una enfermedad a edad temprana que le impide estudiar en la universidad. Pese a ello, se las arregla para alcanzar una formación científica lo suficientemente sólida como para, veinteañero, introducir mejoras sustanciales en un proceso químico de relevancia en la industria. Su método para perfeccionar la elaboración de carbonato de sodio, elemento esencial en la fabricación de vidrio y en la metalurgia, lo lleva a convertirse en magnate antes de los cuarenta, a la cabeza de una firma que hoy, a 160 años de su formación, sigue siendo una de las más fuertes a escala mundial.

En pleno auge del capitalismo, Solvay como empresario exhibe un desempeño atípico. Aboga por los derechos sociales de los trabajadores y lleva hasta el parlamento sus iniciativas como senador. Hacia el final de su vida, la inclinación filantrópica se acentúa. Pone a la universidad de Bruselas bajo su amparo, financia la creación de institutos de sociología, fisiología, comercio, vela por la alimentación de sus compatriotas en medio de los apremios de la Gran Guerra.

Hasta acá, los movimientos de Solvay todavía podrían encajar dentro de las maniobras, más o menos hábiles, propias del capitalista de rango mayor que aspira a dominar el tablero de juego inmiscuyéndose en el diseño de sus reglas. Sin embargo, cuando nos ponemos por delante del más alto de sus esfuerzos en el mecenazgo, ni la mente más endurecida por la ideología podría resistirse a aplaudir la contundencia del logro. Quiso promover y fomentar las ciencias, donde él mismo había tenido un desempeño nada menor, y para ello dispuso de las mejores condiciones para la organización de un encuentro internacional. En 1911 se llevó a cabo la primera de estas convocatorias, el listado de los convocados resulta apabullante: Marie Curie, Rutherford, Poincaré, Lorentz, junto a otros todavía en tránsito hacia la plena consagración, como Planck y un joven Albert Einstein. Todos reunidos para debatir en torno a la “teoría de la radiación y de los quanta”. Es decir, ciencia todavía en rango experimental, de total avanzada. Entonces, los primeros lineamientos de la cuántica habían sido esbozados recién hacía diez años y Solvay entrevió que por ese camino algo importante se podía alcanzar. Su acierto no pudo ser más pleno, alentando el estímulo de las conquistas en el campo del conocimiento donde recién sesenta, setenta años después, terminaría concentrándose el liderazgo del movimiento económico del planeta. Los congresos Solvay continuarían realizándose cada tres años, con las únicas pausas de las guerras mundiales, hasta la actualidad. 

Asistentes al primer congreso Solvay de 1911
El grupo de notables presentes a ese primer Congreso Solvay desarrollado entre el 29 de octubre y el 4 de noviembre de 1911.
 

Hace 112 años atrás, nadie podía todavía sospechar que en algún momento del desarrollo futuro de los mercados la supremacía del gran capital ya no estaría más en la producción de máquinas –barcos, trenes, automóviles-, ni productos –ropa, cosméticos, joyas-, y ni siquiera en la banca, sino en lo que girara en torno a unos nuevos dispositivos, con capacidad de almacenamiento e intercambio de datos a niveles simplemente prodigiosos, que generarían cambios profundos en los hábitos de consumo e incluso de vida entre los seres humanos. Y esas maquinitas de fábula serían posibles gracias a las disquisiciones harto incomprensibles en torno a la radiación, los quanta y las características más intrínsecas de la materia de un grupo de científicos, invitados, acogidos y auspiciados por el dueño de una fábrica productora de carbonato de sodio.

 Las 100 compañías más grandes del mundo, lideradas sin contrapesos por las "Big Tech"