28/11/09

Kisco y Kasco, investigadores

Kisco y Kasco: con los pelos parados, uno, y el otro peinado a la gomina (gel !!)
Investigan, intrusean, buscan por aquí y por acá, datos de todo tipo, buena música, conferencias geniales, recitales, comedia, jazz, teatro, circo, lo que venga en realidad, su misión según ellos es entretener y educar (parecen canal de la TV chilena) y por sobre todo pasar datos.
Intentan aparecer en este blog un mínimo de una vez a la semana y un máximo de tres.
Veamos qué nos traen en su debut. Ud. arriésguese y haga click… ellos harán clack..!!......Dos interesantes temas...

TEMA UNO: MEDITACIÓN
TEMA DOS: TED/CHARLA DE ISABEL ALLENDE

27/11/09

Desde el jardín, por Hervé Tusak


Podaba las rosas de mi jardín. La temprana tarde, con su coqueta brisa, invitaba a rodearse de crespones en plena floración y cardenales carne-de-perro. No falta a lo lejos, en esta época del año, el grupito de obreros en faenas de remodelación en cierta propiedad de acaudalados capitalinos, piñeristas acérrimos. Desde aquel punto de labores, entre martilleos dispares y estridencias de taladros a punto de fundirse, llegó a mis oídos la repetitiva melodía de Maná: un guitarreo bobo, un estribillo de fogata playera. Qué bien, pensé, cuando, tras el exitazo de los aztecas de hoy, se esparcieron las notas de otra tonadita muy en boga hace ya un par de décadas. No retuve su nombre ayer, menos lo retendré ahora. Santana, eso es todo, Carlitos Santana, como se refiere a él cierto amigo pelilargo adicto a los vinilos y los altavoces de medio millón de pesos. Me alegré: el vínculo propuesto entre los Maná y el setentero viejo de los mostachos me sonó a claro tributo, y esto siempre alegra. Entendí que en la para mí muy poco explorada familia del rock latino las nuevas figuras que ganan el favor actual de las audiencias reconocen a quienes han venido antes que ellos. Y eso es algo.
Santana estuvo en Chile no hace mucho, recordé. A fines de febrero, en el marco del Festival de la Canción de Viña, se paró durante interminables horas en el escenario y repartió bendiciones a diestra y siniestra, manejando un español rudimentario, plagado de entonaciones yanquis, con un acento indefinidamente centroamericano. Fue cálido Carlitos, lo reconozco, pese al farfulleo algo exasperante. Fue un gran show, al decir de muchos. Al menos su sorpresivo carisma como orador le hizo ganar fuertes aclamaciones.
De Chile a quién sabe donde. ¿Buenos Aires? ¿Río? Las Vegas, es lo más probable. De concierto en concierto. Sus buenos dólares en Viña, sus otros pocos al mes siguiente en cierto escenario de Arizona o Nuevo México. Siempre hay gente, lolos que envejecieron de golpe -como mi amigo pelilargo- dispuestos a pagar su entrada para escuchar los lánguidos acordes de su guitarrita fogatera.
La reflexión la hago por Maxi, que pinta, hace años pinta, y que el otro día (para variar) se me quejaba que sus cuadros no se venden lo suficiente. Claro, Carlitos Santana no tiene ese problema. Puede hacer sus recitales más o menos distanciadamente y siempre habrán sus pesitos esperándolo. ¿Es la música? ¿Su buena onda, su "paz hermanos y bendiciones, no soy mas que su servidor, me debo a ustedes mi público" lo que le brinda una acogida tan constante y recompensadora? Son preguntas que me hago mientras voy sacando y sacando cabezas secas de rosas. Maxi, por favor, deja ya de quejarte. Sé más como el viejito del mostachón, y si no puedes serlo -¿quién puede?- cambia de giro, la vida ofrece siempre un abanico abundante de posibilidades...
No quise ese día hablarle a Maxi de Hockney. De mis visitas a su atelier de Bridlington. De nuestras salidas espantosamente de amanecida para presenciar la caída de la primera luz solar sobre cierto macizo de árboles. De su mismo atelier de dimensiones insólitas, de su ya casi total sordera y sus sofisticados audífonos de última generación. ¿Para qué haberlo hecho? Yo mismo, sin necesidad de tener el caso del bueno de Maxi encima, hacía mis propias masticaciones internas en el tren de vuelta a Londres. Según Brad, amigo inglés en común, gran parte de ese éxito presente se debía a su condición de gay. Su racionamiento muy simple -¿la simpleza de los desesperados?- se sintetiza así: la gente, la sociedad siempre ha considerado que tener hijos es algo bueno, sino lo mejor, un acontecimiento medular dentro de la existencia de cualquier criatura humana. Y no, todo lo contrario. Los hijos sólo garantizan la ruina y bancarrota progresiva de los hombres, y por sobre todo, de los artistas. Y estos tipos, como el piola de David, tienen la mitad de la carrera asegurada por este simple hecho, de apartarse desde muy temprano de los cauces normales de la vida del procreador. Y dedicarse así 100% a sí mismos. Sin ningún, verdaderamente ningún elemento distractivo y/o desgastador a ultranza, como serían los hijos. De ahí florecen, echando mano, claro está, al propio capital de talentos personales.
No manejo la ficha como progenitor de Santana. Y de Maxi sí sé que tiene un hijo, fruto de una breve relación con una bailarina, que hoy tendrá unos diez años y al que ve a lo más seis a ocho veces por año. Dudo que este crío, de carácter muy dócil, signifique para mi atribulado amigo un motivo de preocupación mayor.
La vida es dura. Impone un sinnúmero de preguntas de díficil respuesta. Mejor vuelvo a mi jardín

María Cecilia Avendaño en BAC! 09


La décima edición del Festival de Arte Contemporáneo de Barcelona, BAC! 09, estará dedicado en su totalidad hacia la producción desarrollada en los últimos ciclos procesuales por artistas mujeres de todo el mundo. El BAC! se escapará de estereotipos para presentar una visión fresca, dinámica y movilizadora de la vinculación del género al mundo del arte, con el humor, la ironía y la divergencia como principales aportes dinamizadores, una buena instancia para disfrutar relecturas llevadas a sus límites, donde sólo ellas tienen el secreto, aquel otro entendimiento, donde roza la fragilidad con la fuerza, la maternidad con la vida y a su vez con la muerte, el amor con la sensualidad y la creación con la materia. Una nueva escritura, una noble versión, un acierto. Reflejando una nueva etapa en el arte. Sean muy bienvenidos. Y por supuesto, muy bienvenidas.

Maria Cecilia, representará a Chile en este evento. Expondrá sus trabajos durante todo el mes de Diciembre.

24/11/09

El Niño de la Trompeta, por Hervé Tusak


Llegar a Santiago después de una ausencia tan prolongada y encontrarse, por esas cosas de la vida, con Ripley: Semana de la Moda...

Atesoro las boletas, lo sé. Guardarlas todas en un sobre presurizado, directo de la Nasa, fue mi sueño, por años. Por suerte, como perfecto consuelo, me encontré con las nuevas, novísimas encíclicas, este nuevo evangelio de este santón entrañable que Revista Paula en edición de Semana Santa ha rescatado en un reportaje estupendo en páginas centrales.

Las fotos son abundantes, el megapixel de la alumna n°49 de Robin Edwards acierta de lleno. Vemos a este estupendo redactor -canalizador, en estricto rigor- con su cabellera plateada -verdadero vellocino resplandeciente que habría hecho caer en éxtasis a Dustin Fleming en sus años mozos- sonriente, ufano, con expresión de reposado vencedor. Bien vestido, como siempre, la Semana de la Moda no pudo haberse calendarizado mejor, para mi provecho: entré con apetito bestial al palacio del consumo, tras pocas pero intensas horas de siesta en el Marriott cercano, decidido a dar con el obsequio para mi querido amigo, regalón de los huérfanos de ChileWorks, las ex-Villa Maria Academy versión cannabis indica, en fin, de cada uno de los impenitentes suscriptores del National Geographic of the Inner Life. Eso, está casi de más decirlo, cualquiera lo sabe.

Lo que no se sabe -tanto, quiero decir- es que este viejo zorro, inspirado apóstol casablanquino ahora, tiene una debilidad especial por las chalinas de alpaca. Le llevé varias, aprovechando los encantadores contrasentidos de la liquidación. Partí a verlo, pues, y en el bus -punga, como siempre, pero casi limpio esta vez- me dediqué con mi tijeretita de punta roma a recortar las mejores ofertas anunciadas en LUN. Podía ser éste, pensé, otro buen regalo para Don, mi siempre recordado (y un poco raro) amigo. Entre las chalinas y el atadito de recortes presentados en un clip, la hago, quedo sobrado de cariño, convine, justo antes de bajarme de ese Pulmann de olor tan asqueroso.

Nunca pensé que el gran Don, acostumbrado y todo como me tenía a sus arranques excéntricos y geniales, sólo que muy pretéritos, iba a sorprenderme de la manera que lo hizo esta vez, para nuestro reencuentro tras ya un par de lustros: los caquis, los paltos, los hibiscos, todos florecían, el camino de tierra y peñascos enormes parecía calcado al de un cuadro no muy bueno de Onofre Jarpa. Todo hasta ahí OK. El estruendo neuronal vino justo después...

Hasta hace tan poco bien podría haber dicho: distinguí la figura de Don saludándome desde el alféizar. Esta vez no. La tarde era apenas calurosa (según mi perturbado termostato tras esa hora y quince dentro del fragante Pullman). Don vestía una camiseta blanca, sin mangas, de fino algodón, tal vez sin uso. Un colorido pañuelo de seda al cuello, lentes ligeramente pavonados de marco amarillo. Sospeché no sin asombro una rutina moderada pero sostenida con pesas: la severa curva del deltoides hablaba por sí sola. Sentado en una humilde sillita de palo, entre sus manos sostenía su trompeta regalona. Frente a sí, un muchachito menudo, pelo oscuro y tieso, cuello en V de chaleco azul marino recortando un corbatín casi negro que caía desde una barnabascollinesca camisa celeste. Doce años, como mucho. Avanzando lentamente por el jardín, sin que todavía ninguno de los dos se percatara de mi presencia, descubrí que el escolar hacía sonar su propia trompeta con desconcertante habilidad. Me detuve, semi parapetado tras un frondoso hibisco. Don escuchó atento durante minuto y medio la ejecución del chiquillo, hasta que, en un gesto para mí esplendoroso, llevó la boquilla de su trompeta hasta sus labios y lanzó su respuesta a la ecuación sonora propuesta por su imberbe partner. Se entabló un diálogo endemoniado. Uno y otro, uno y otro, los dos. Y así. Tac-tac-tac. Pam. Tac-tac-tac. Pom.

Música magnífica. Contagiosa. Espeluznante. Obligado a golpear con mi pie sobre el suelo de tierra, en ausencia de cualquier otro instrumento percusivo que acompañara a tan inspirado diálogo de trompetas. Don la hizo, nuevamente la hizo, me repetí moviendo la cabeza casi imperceptiblemente de lado en lado, al son de las últimas notas de aquella melodía espontánea. El paquetito con las chalinas pareció adquirir un peso incómodo. Paquetito blando, envuelto en papel con motivos escoseses, muy feo. Avancé, resuelto desde mi semi-escondite a deshacerme del regalo, y saludar como se merecía a mi amigo. Qué brillante recepción. ¿Estaba planeado?, me relampagueó la duda, asomando mi perturbada testa desde el parapeto del hibisco. Don me vio, al fin. Se puso de pie, en forma calmada pero inmediata. Je, je, nos sorprendiste jugando un poco con este muchacho, dijo, acomodándose los anteojos, casi tímido. Nos dimos un abrazo grande, golpeteado. Le entregué las chalinas. Ah, y esto, le dije, al tiempo que introducía una mano en el bolsillo de mi chaqueta en busca de los recortes. Don me agradeció, risueño. Me invitó a sentarme, me ofreció un vaso de jugo. ¿Has sabido de Apolo?, le pregunté, fuertemente desconcertado aún. ¿Apolo?, repitió Don, y se rascó entre las cejas con el dedo medio. Apolo Sánchez, de El Tabo, me apuré yo en aclarar, saliendo de golpe de mi embobamiento. Se hizo seminarista, agregué, rápido, para cerrar de una vez mi tan estúpido paréntesis.

Probé el jugo. Inspeccioné el resto del paisaje (mientras Don guardaba la trompeta en su estuche) ¿Y el niño? ¿Qué se había hecho del niño, el brillantísimo discípulo, el precoz solista de las mechas de clavo, el Miles mapuchino de los mocasines negros y el corbatín? Miré a Don en busca de una respuesta (ahora refregaba los vidrios de sus lentes con un borde de su camiseta.) En eso, casi justo frente a mí, se abre una ventana de la casa y se asoma el mocoso -el corbatín, el chalequito, la camisa celeste, todo en su sitio-. De un grito ansioso, exultante, casi alegre, nos anuncia:

-Vengan, vengan. ¡En la tele están repitiendo cuando se caen las Torres Gemelas!