13/8/23

La creación, como el mar, no conoce sosiego. Una visita a talleres de artistas de Algarrobo


 

 Por Damaris Calderón

Creo que para conocer a un artista hay que acceder a su taller, conocer ese espacio donde en una especie de simbiosis se entremezclan vida y obra, donde el creador pasa largas horas entregado al diálogo con las materias con las que trabaja. Donde las paredes se van impregnando de olores, de colores, de hábitos, de formas de vida. Como la paleta del pintor puede ser reveladora de los cuadros, el taller, aun dentro de un tiempo secular sigue manteniendo una especie de sacralidad, es ese refugio donde no solo se llega a la concreción material de la obra sino donde se proyecta, se sueña, se habita poéticamente en un espacio y un tiempo sustancialmente distinto al de cualquier otro. El día de ayer, en el “litoral de los poetas", accedí a los talleres de una pareja asentada hace años en Algarrobo, donde viven y contribuyen a la riqueza del territorio con sus respectivos trabajos.

 

Pablo Salinas, reconocido por su labor con la ecología del territorio, por el que ha recibido el Premio Naitun y por su activismo en las redes a través de su página Algarrobo Al Día, tiene también una vasta obra de pintor en un oficio ejercido durante años. En su taller, uno puede percibir a través de la atmósfera y los objetos, los múltiples intereses a los que se aplica con un afán quizás renacentista: a la escritura, a la pintura, a la traducción. Uno puede ver cuadros desde 1990 hasta la fecha con telas preparadas por él mismo, donde se puede entrever una especie de genealogía en el recorrido de su pintura, que van desde una exuberancia que remite a trópicos soñados e intervenidos, hasta la ironía y los recursos que lo acercan a los movimientos de vanguardia. En el taller también una ve sobre las mesas y en las estanterías, biografías de pintores y poetas, enciclopedias, libros de pintores clásicos, hasta ediciones de autores chilenos contemporáneos. Y su compañera de trabajo, una tórtola tímida y herida de un ala que va dejando sus huellas por el taller, al tiempo que se muestra/ se esconde y va dejando un rastro que es también un extraño vuelo.


 Taller de Pablo Salinas

 

Uno sale al patio, cubierto de flores y vegetación, y entonces se encuentra con las esculturas de madera tallada donde la figura femenina se expresa en el tronco de un árbol. Como si se cruzara un puente en el tiempo y el espacio, se accede al taller de Keka, María Angélica Rojas, que trabaja la escultura, tanto en madera, como en papel maché, con un marcado carácter figurativo, donde prima la figura femenina. En el taller de la Keka, los materiales proliferan profusos, abigarrados, como si se pudiera crear por cualquier lugar echando mano a ellos por cualquier parte, en cualquier momento. Las piezas en madera evidencian la pugna y la doma de la escultura, donde con máquinas y gubias más que al sometimiento de la materia, se diría que se ha alcanzado la conversión amorosa del tronco muerto en una criatura viva. Las piezas de papel maché, por su parte, van del toque colorido de la sensualidad, el delirio, hasta la simplicidad emotiva de una figura pequeña, sentada, hecha de papel periódico, cuyo rostro, cubierto por las manos de papel, provocan la tristeza de la evocación de alguien que sufre, cuya cara ha sido arrasada no sabemos por qué motivo. 

Obras en papel maché en el taller de Keka Rojas

 

Aquí, brevemente, he querido compartir esta muestra de dos creadores singulares, distintos, cuyas obras, se incorporan como otras olas, al vasto océano del Pacífico, cuya tranquilidad es solo momentánea y aparente y vuelve con la pujanza de la mar en ciernes y la fuerza de la creación infinita.


 Detalle obra de Keka Rojas

2/8/23

La poeta Damaris Calderón visita las casas de Manuel Rojas en El Quisco

 

Por Pablo Salinas

Es una obviedad, pero conviene decirlo: cada rincón del mundo, cada país, tiene necesariamente sus particularidades, sus riquezas, sus atractivos. Pero para un artista, en especial para uno hispanoparlante, Cuba sobresale como una suerte de enclave superior, único. Es tierra pródiga en voces de marca mayor, en tantos frentes, en tantos ámbitos, las letras, la poesía, la música. Revisamos el mapa. Por más que sea la más grande de las islas de las Antillas se trata, comparativamente, de un territorio más bien chico, que sin embargo genera una dinámica cultural de una intensidad y exuberancia fuera de rango. Seguro, afinando el foco, se pueden esgrimir razones para explicar el fenómeno, en las que, en cualquier caso, la coyuntura política queda como un accidente periférico. Martí, Heredia, José White, dan paso a Guillén, Lezama, Carpentier, junto a Lam, el son, el bolero, el mambo...

Hace ya casi treinta años, desde esa franja horizontal de tierras cálidas emigra hasta esta otra, vertical y harto más fría, la poeta Damaris Calderón. El lejano Chile como destino no parece una jugada demasiado práctica, pero de estos pagos le atraen y fascinan ciertos resplandores: la Mistral, Violeta Parra, De Rokha. Incluso está dispuesta a cambiar la cadencia del trópico por el austero tranco austral para estrechar el diálogo con esta cultura que nace amurallada entre el Pacífico y la cordillera. Hoy, Damaris se convierte en una voz privilegiada en la lectura de estos perfiles más intrínsecos. A la sensibilidad y el conocimiento, suma un factor clave, la natural distancia, por sus orígenes, que le permiten una mirada lúcida y entusiasta.

Hace algunos días, obedeciendo a esta vocación que no claudica, me pidió que la llevara a conocer las casas que tuvo Manuel Rojas en El Quisco. Cuestión que ninguno de mis varios amigos artistas que viven en el litoral me había pedido, ella me lo pidió. Un luminoso día invernal fue el inmejorable marco para esta visita, como una suerte de acto del protocolo poético-literario esencial, en que Damaris, la hija del trópico, saludó al viejo novelista del extremo sur.

Damaris Calderón y la casa de Calle Del Sol que perteneció al novelista Manuel Rojas