Ya va quedando demasiado claro que a una buena parte de la
población de este planeta le atraía, le interesaba, incluso ansiaba
verse enfrentada a una amenaza mayor, formar parte de esa cinta bastante
trillada donde una bestia negra pasea su pestilente sombra por las
calles de una ciudad semi abandonada. Ahora la bestia llegó en formato
diminuto (en rigor, nanométrico), cargando más de un nombre (un detalle de
complicación extra contribuye al suspenso) y una tajada importante de
las audiencias parece conforme con la oferta. Parecen conformes porque
insisten majaderamente en deglutir el trance en clave de pesadilla. El
lente está enfocado solo para apuntar a la parte oscura del fenómeno; se
nubla miserablemente cuando recorre la totalidad del molde.
El
famoso COVID entró en escena primero en el norte. De China dio un salto
grande hasta Irán, luego se encaprichó con Italia y terminó
repartiéndose en forma desigual por el resto de Europa. Hace tres
meses, nosotros en Latinoamérica cerrábamos el verano con noticias de
ciudades enteras en Lombardía siendo asoladas por este nuevo virus y
casi nadie (menos a la distancia) podía atreverse a subestimar el poder
de fuego del incipiente trastorno. Giorgio Agamben, sin embargo, lo hizo, y se ganó una respuesta brutal, maciza e internacional, que no
hizo más que sumar más volumen a medida que los días pasaron y las
víctimas fatales se fueron sumando. Y lo que Agamben hizo -en ningún
caso probarse de improviso los ropajes del investigador médico, asunto
que empezó a ser deporte durante el transcurso de la epidemia- fue
simple y limpiamente remitirse a interpretar los primeros informes
entregados por los órganos de salud oficiales, los cuales corregían
rotundamente a la baja la real estatura del monstruo.
Pese
a la histérica arremetida contra Agamben y las pocas voces que osaron
cuestionar la afinación de la canción oficial, la materia gris europea
siguió activa, aportando luces. Jean-Dominique Michel, antropólogo de la salud
suizo, tipo con toda una vida hecha en torno a la investigación y la
reflexión sobre el fenómeno de las enfermedades y las epidemias, pudo
poner en práctica en carne propia todo lo que pronto había aprendido respecto
al nuevo virus. Cayó contagiado, probó en primera persona el tratamiento
que le merecía mayor confianza, superó sin mayor drama el mal y compartió lo aprendido:
la peste china no podía ser considerada bajo ningún criterio científico
ni más poderosa ni más mortal que un brote de influenza típico de todos
los años. Este último engendro de la familia de los Corona era apenas
el pie; el resto de la estridencia venía por obra y gracia de un
tratamiento mediático fuera de toda escala, "alucinado", como no dudó en
tildarlo el helvético.
Fueron, por lo demás,
los mismos investigadores -los de madera noble donde no entra el formón
del lobby farmacéutico- quienes empezaron a dejar en evidencia lo
contrahecho del tinglado, la trizadura más o menos severa en la fachada
de la "pandemia": pese a tener este bicho nanométrico un poder de
letalidad más bien menor (0,5% según el muy conservador Instituto Pasteur), una porción importante de las víctimas
mueren por recibir un tratamiento incorrecto; más que destinar ingentes
recursos en el contrasentido de dar con una vacuna para una enfermedad
no-inmunizante mucho más lógica tiene ayudar a fortalecer el sistema
inmunológico de cada cual, y la forma idónea de hacerlo es
sociabilizando, tomando sol, haciendo ejercicio, justo lo contrario de
lo que impone un régimen de confinamiento...
La
sombra de este eclipse planetario se carga por estos días de este
lado del globo. Además, los "expertos" -los hechos de corcho que hacen
las figuritas según se les van dictando desde la cúpula- han dicho que ahora,
una vez que COVID se despide del norte, ha llegado el turno de Latinoamérica. La
horda de comentaristas pretendidamente más lúcidos seguro se frotan las
manos: en la antesala buscaron incluso bajo la alfombra el eslabón
perdido de la mega-catástrofe (una vía de inteligencia superlativa para
poner en aprietos al gobierno de Piñera), ahora cualquier tintineo de vasos sobre la mesa tendrá luz verde para ser leído como inicio de terremoto. Pero el terremoto no está. Más bien, está y bien encima, pero no vendrá precisamente desde ese lado donde concentran sobrexcitados desde inicios de marzo la mirilla.
Régimen policíaco y todo un país semi paralizado por el muy rudimentario pretexto de una epidemia que no tiene nada de raro ni inusual.
Ya es tiempo de sacarse la venda y muy resulta y enérgicamente despertar.
2 comentarios:
Es así, lástima q seamos pocos los q veamos lo evidente. ¿Qué se puede hacer?
Polémico...
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