Por Pablo Salinas
Entrado y bien entrado el siglo XXI, a la gente se le pone bien cuesta arriba
enfocar con cuestionamiento ciertas materias, ciertas materias presentadas como verdades, es decir, materias que alcanzan estatus de
dogma.
La actual crisis del COVID permite que el fenómeno quede expuesto con
claridad inusitada. El planeta entero sumergido en cosa de meses -o
apenas semanas- en un trance de tipo sanitario y, por consiguiente,
empujado a poner bien en caliente cuestiones -cuestiones médicas- cuya
circulación, hasta antes, se limitaba a la estricta órbita de los
especialistas. La
infectología, muy predominantemente,
se saca desde estantería de la academia y los laboratorios, pero solo en
clave de becerro de oro: aquí la tienen, consúltenla, ella guiará sus
pasos. Deslizar un comentario revisor, un cuestionamiento, nunca
bienvenido, menos ahora.
Se trata de verdades tomadas y asumidas como graníticas; cualquier
duda sobre cuán sólidamente construido está uno o varios de sus pisos es
tomado como broma de mal gusto, propia de alguien o muy poco instruido,
o derechamente no del todo dentro de sus cabales. La teoría de las
enfermedades infecciosas está tan profundamente metida -quizá convendría
más decir “inoculada”- en nuestras sociedades que, de hecho, se
arrellana bien a la vanguardia de nuestro
condicionamiento cultural.
Pero pensemos en
Aristarco de Samos.
Siglo III antes de Cristo. Se le consigna como el primero en postular a
que el Sol era el centro y la Tierra solo un planeta que giraba en
torno a este, cuestionando de raíz la tesis entonces con largueza
imperante que sentenciaba justo lo contrario. Un contemporáneo suyo, de
mucho mayor fama, Arquímedes, se refiere al sujeto y consigna la
hipótesis. ¿Cuánto siglos pasaron? Dieciséis, diecisiete siglos hasta
que
Copérnico
osara apuntar contra el dogma y reflotar el postulado del griego.
Durante largos diecisiete siglos cientos de sabios, estudiosos, mentes
conspicuas, no alcanzaron a detectar el mérito y justeza de la teoría, y
recién entrado el 1500, la verdad empezó poco a poco a emerger entre
las negruras del dogma. Y el tránsito, lejos de expedito, tomó otros
casi dos siglos. La Tierra es redonda y gira en torno al Sol. Una
verdad, hoy básica, escolar, pudo finalmente establecerse en nuestro
orden de cosas no solo gracias al trabajo de grandes hombres, sino
también a una
mayúscula cuota de coraje y determinación
(uno de ellos, 1600, por aventurarse a declarar que nuestra Tierra no
solo giraba en torno al Sol, sino que además existían muchos sistemas
planetarios similares al nuestro, pasó ocho años preso y
¡terminó quemado vivo!)
Aristarco de Samos, el gran adelantado de la teoría heliocéntrica
Ya bien antes de la irrupción del COVID, varios científicos
formularon sus críticas al modelo imperante, en rigor, los principio de
la infectología. No fueron bien tratados, por cierto. El caso de uno de
ellos merece nuestra atención.
Stefan Lanka. Si lo googlean, de seguro junto con una breve e imprecisa entrada suya en
Wikipedia
-sintomático-, se encontrarán con varias otras respecto a la
controversia que alcanzó repercusión mediática mundial: este biólogo
alemán, con toda una carrera en el campo de la investigación virológica,
ofreció públicamente en 2011 una recompensa de
100.000 euros a quien fuera capaz de presentar un estudio que comprobara
la existencia del virus del sarampión.
El desafío parecía de sobra tirado, si consideramos que ya en 1954
Enders y Pebbles habían dicho haber aislado dicho virus, permitiendo el
desarrollo de una de las vacunas de uso más popularizado y extendido
durante el siglo XX. Como era obvio, a los pocos meses, un tal David
Bardens, en ese entonces estudiante de medicina, presenta seis estudios
que a su juicio demuestran sobradamente lo requerido -entre estos, el
fundacional de Enders y Pebbles- y exige la recompensa. Sin embargo,
Lanka rechaza los seis. Ninguno entrega pruebas fehacientes de la
existencia del virus.
El asunto pasa a la justicia. En marzo de 2015, una corte del
distrito de Ravensburg declara que el criterio del anuncio hecho por
Lanka ha sido cumplido por el material presentado por Bardens y ordena
el pago. Lanka, firme, apela. El caso pasa a un estamento judicial
superior, la Corte de Stuttgart, la que
revierte el
primer fallo. No se han presentado evidencias suficientes. Finalmente,
en enero de 2017, la Corte Federal alemana ratifica la sentencia.
Durante este
histórico proceso final, se convoca un
panel de expertos. Entre estos, el doctor Andreas Podbielski, jefe del
departamento de Microbiología Médica de la Universidad de Rostock. Lo
que este declara resulta aturdidor: la existencia del virus del
sarampión solo puede deducirse de las conclusiones de los estudios
presentados,
pero en ningún caso demostrarse. Ninguno de los estudios (
Enders,
por ejemplo, es premio Nobel por sus investigaciones en virología) se
habían realizado bajo estándares de control básicos, acusando, según
Podbielski, una evidente
“debilidad metodológica” (!)
Durante todo este lapso, aparte del estudiante de medicina, nadie más
ha presentado evidencias. Como tampoco, ni la BBC ni The Guardian ni
los principales medios que cubrieron el primer fallo adverso a Lanka se
han hecho parte del desenlace del proceso.
Mayo 2020. La oferta de los 100 mil euros sigue en pie.
Nadie en el mundo ha sido capaz de presentar pruebas científicas de que el virus del sarampión verdaderamente existe.