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Ante la epidemia, AFRICA ayuda a EUROPA


Nació en República Democrática del Congo, se tituló como médico en la Universidad de Kinshasa y posteriormente hizo dos posgrados, uno en la Sorbonne parisina y otro en la U. de Ottawa. Pero el interés de Jérôme Munyangi ha sido siempre entregar su aporte como médico y científico en su natal África. En 2011 fue reclutado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como investigador para enfermedades tropicales. Hoy, la misma OMS lo persigue. ¿Por qué? Sus estudios han ido desde hace algunos años reforzando la evidencia de los poderes curativos de la artemisia y, de la mano, subrayando en la urgencia de producir en África medicamentos para los africanos y dejar, de esa manera, de depender del monopolio de las farmacéuticas transnacionales. Los efectos preventivos de esta planta contra la malaria obtuvieron un respaldo mundial y definitivo en 2015 cuando la china Tu Youyou obtuvo el Nobel por su descubrimiento de la artemisinina, compuesto que ha ayudado a salvar la vida de millones contra esa enfermedad, obtenido precisamente de la artemisia.

Pero hoy Munyangi ha orientado el estudio de las cualidades terapéuticas de esta planta hacia el virus que asola al planeta, el COVID-19. "Las propiedades antivirales de la artemisia son de sobra conocidas. Responde generalmente muy bien en toda la familia de los coronavirus. Lo que ahora nos interesó detectar fue cuál era su acción contra este nuevo virus. Y la respuesta fue excelente", explica el joven científico. Quiso entregar en primer término los frutos de sus investigaciones a su país natal, pero no obtuvo respuesta por parte de las autoridades. Sin embargo, encontró una algo inesperada acogida en otro país de la Unión Africana, Madagascar. Los resultados de las investigaciones de Munyangi sirvieron de guía para el desarrollo de un brebaje en base a artemisia que bajo el nombre de "COVID-ORGANICS" fue presentado por el propio presidente de la nación malgache hace pocos días.

En paralelo, tanto la OMS como la Academia de Medicina Francesa se apuraron en desautorizar las conclusiones del investigador congeleño. Cuestión que este último apenas lamenta: "no veo por qué la academia francesa se pronuncia; no estoy haciendo mis investigaciones para los europeos, sino para mi pueblo, los africanos". Respecto a su antigua empleadora, Munyangi lanzó una alerta para que la OMS detenga los ensayos clínicos de una vacuna contra la malaria que violan en forma flagrante normas éticas internacionales: 720 mil niños africanos serán aleatoriamente seleccionados para testear un fármaco que en su fase III de ensayo de laboratorio reportó graves fallas.

Mientras la epidemia del COVID-19 acumula cientos de miles de contagiados y muertos en Europa, en África, pese a los alarmantes augurios, suma apenas unos cuantos cientos. Quizá ahora sean los africanos quienes hayan descubierto la solución para salvarle el pellejo a los europeos, y a gran parte del primer mundo. Pero, ante esta, los medios de prensa de las sociedades más ricas del planeta prefieren replicar presentando solapadamente a Munyangi como un rústico hechicero cubierto con un delantal blanco que ofrece desde su marmita una igualmente rústica "poción mágica".

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