16/1/14

Diario de un fotógrafo perdido en la costa (III)

A la mañana siguiente, desperté masticando un detalle: la marca de la cerveza ofrecida por Esteban. Valdiviana, de nombre mapuche, distinguida con varios premios, absolutamente artesanal y perfectamente desconocida para mí (su etiqueta, en clave étnica, era muy mona). A medias despierto, mientras preparo el desayuno no dejo de pensar con cierto asombro en ese tipo de individuos que rehúsan comprar las marcas que atestan los supermercados, optando con innegable satisfacción por productos alternativos, dos o tres veces más caros pero consagrados con el aura de lo exclusivo. Darse gustos, mierda, de eso se trata. Esteban se los da. Así como con las cervezas, con la música. Más allá de las grabaciones inéditas, los DVDs fuera de catálogo, acceder al peldaño superior: asistir a los recitales, en Europa o alguna ciudad gringa, comprar el souvenir y colgárselo como coraza de distinción, como la polera de los King Crimson de esa noche.

Llegué tarde pero no tanto. Margarita dormía boca abajo, al parecer profundamente. Me senté a mi lado de la cama y la miré. Descorrí un tramo de la cortina de la ventana para dejar entrar la luz de la luna apenas menguante. Disparé una foto. Sus brazos, doblados en perfecto reposo, sobresalían desnudos fuera de las sábanas. Miré sus grandes y siempre expresivos ojos, ahora cubiertos por la frazadita ligeramente oscura de sus párpados, su boca entreabierta, su pelo desordenado, todo bañado por la luz plateada de afuera. Disparé otra, otra y otra. Reduje la obturación al mínimo, todo se concentró en el triángulo yacente de su bello rostro apenas iluminado. En eso, ella hizo una aspiración profunda y resopló con un ligero gruñido. Abriendo apenas los ojos, echó una mirada perdida, y murmuró: "Qué pajero". Y, tras acomodar su cabeza en sentido contrario, siguió durmiendo.

Salí a la terraza. Me senté frente a las largas ramas del hibisco del jardín. Respiré ese aire profundo y perfumado, y evoqué lo que había recién vivido: Esteban se había ido no sin antes ofrecerme una pega, "te harás cargo de todas las fotos para la actualización de nuestra página web". Simpatizamos, para ser franco quizá él más conmigo que yo con él, me habló incluso de invitarme a jugar a la pelota. Fernanda terminó de hablar por teléfono y, todavía descalza, avanzó a pasitos cortos por las plásticas maderas del piso flotante. "¿Sabes lo que una vez soñé que hacía?", me preguntó, sonriente, llevándose un dedito de su mano a la boca. "Que armaba una casa con cartones allá abajo, en medio de esa arena toda pituca", se respondió, indicando en dirección a la mega-laguna. "Una casucha, de cartones y techo de planchas oxidadas, y yo la armaba en medio de la gente que miraba espantada". "Ah, una acción de arte", apunté yo. "Sí, algo así. Me encantaba hacerlo, el contraste era genial", agregó y echó una risita breve pero encantadora. Después avanzó hacia el computador y subió el volumen de la música. El trance electro-étnico se apoderó de ella. Se movía bien, el espectáculo que brindaban sus pantalones cada vez me gustaba más. Se acercó a mí y me invitó a moverme. En ese momento me dí cuenta que estaba ligeramente borracho. Por lo visto, la etiqueta de las cervezas de Esteban me había fascinado más de la cuenta. Bailamos un par de minutos. Empezó a sacudir la cabeza de lado a lado, al ritmo de una percusión tribal, haciendo que mechones de pelo se le fueran a la cara. En eso, decidí acercarme y preguntarle: "Fernanda, ¿qué pasó contigo?" Ella, sin dejar de mover la cabeza del todo, más bien sólo aminorando la vehemencia de su movimiento, con expresión de sonriente extrañeza me preguntó: "¿Por qué?" "Antes eras una flaquita neurótica; ahora, ya no eres tan flaquita, pero eres bonita y alegre", respondí, y mis ojos no pudieron sino fijarse en intermitentes estaciones entre los suyos, su nariz, su boca, su pelo... Dicho esto, ella suavizó sus movimientos todavía más, bajó la cabeza, la mantuvo así unos segundos, luego la alzó, al tiempo que encerraba sus brazos en torno a mi cuello. Empujó mis labios hacia los suyos y su lengua avanzó despierta y decidida al encuentro de la mía. "Me gustó verte hoy día en el supermercado", pronunció, con dulzura pero innegable dificultad, producto más ésta última del esfuerzo físico desplegado en el baile que de algún inexistente escollo interno que le significara tamaña confesión. "¿En serio?", pregunté, fingiendo una expresión seguramente muy antipática. "Sí, poh", respondió ella, frunciendo el ceño sin poder dejar de sonreír. "Te fuiste tan rápido que pensé que te estabas arrancando", dije, y ya mis dedos se colaban bajo su delgada blusa. "No, ven", dijo ella, y me tomó una mano para conducirme hasta su pieza. 

(Continuará)

4 comentarios:

Don Bilz dijo...

Entre etiquetas de cerveza, pisos flotantes y el hibisco del jardín, empiezan a aparecer aconteceres que sin duda marcarán el desenlace de esta sutil trama.
Se han dado pasos aquí, que no son del todo fáciles de desandar...Margarita a pesar del arrullo sutil de esa sabana de luna, en estado de alerta, de completo despertar, debe ser cosa seria...ya le dijo "pajero" a nuestro héroe...a modo de buenas noches!
que ocurrirá----cuando le digan "buenos dias"... me pregunto.

Don Bilz dijo...

Entre etiquetas de cerveza, pisos flotantes y el hibisco del jardín, empiezan a aparecer aconteceres que sin duda marcarán el desenlace de esta sutil trama.
Se han dado pasos aquí, que no son del todo fáciles de desandar...Margarita a pesar del arrullo sutil de esa sabana de luna, en estado de alerta, de completo despertar, debe ser cosa seria...ya le dijo "pajero" a nuestro héroe...a modo de buenas noches!
que ocurrirá----cuando le digan "buenos dias"... me pregunto.

Anónimo dijo...

que eroticon!

Hernán Castellano Girón dijo...

Este interesante y fino relato erótico-existencialista me parece que sigue o proyecta aspectos que en La Periferia fueron abordados desde un punto de vista de un narrador que satirizaba el "sottobosco" artístico de la provincia costeña. Aquí,sin alejarse demasiado de esa perspectiva, el narrador está más imbuido en la trama sentimental y va desvelando la historia de a poco, en el laberinto sin esquinas del Eros.