10/1/14

Diario de un fotógrafo perdido en la costa (II)

La idea de los cerebros detrás de San Alfonso fue que, una vez dentro, te sintieras como en otro lugar, en otra parte. Una vez dentro, sobre todo una vez dentro de cualquiera de sus cientos de departamentos, el encuadre con las aguas color topacio de la laguna gigante, las palmeras y las motas de arena impoluta por aquí y por allá gatillara obligadas evocaciones a Miami o a la Riviera Maya. A la hora del ocaso, con la secuencia de sampleos étnicos dispuesta por Fernanda esparciéndose sobre una franja de cielo teñida de encendido carmín, este enrarecimiento espacial, este como no saber muy bien dónde diablos se está, se potencia al doble.

Me recibe Fernanda, que con una toallita termina de secarse el pelo tras un reciente ducha. Va descalza. Lleva puestos los mismos pantalones de la tarde. Me parece bien. "Durante el día este departamento es un horno; a esta hora se pone genial", me comenta, tras hacer un gracioso giro en los talones en dirección a mi, y me sonríe. La curva blanca de su boca y el tinte ligeramente encarnado de sus mejillas le entregan un aire definitivamente juvenil. No deja de llamarme la atención: luce definitivamente más joven -además de mejor- que hace cuatro años atrás, cuando la conocí. Sé que ella tiene sólo unos años menos que yo. En su caso, todo me hace suponer que durante el último lapso la vida la ha tratado con particular benevolencia.

En eso aparece el hermano, Esteban. De estatura media, pectorales medianamente marcados, tal vez una pizca grueso, aún así de aspecto general más bien atlético. Más moreno que Fernanda, su despejada frente la encuadra una masa de pelo oscuro, cuidadosamente recortada; en la barba de dos días se perciben con claridad concentraciones de canas, sobre todo en la zona del mentón. Lleva puesta una polera con estampado del círculo céltico del álbum "Discipline" de King Crimson. Me saluda con una sonrisa dura, pero en forma amable. Al tiempo que me entrega una gélida botellita de cerveza, me dice: "así es que te dedicas a las fotos, buena pega ésa, ¿no?" "Sí, cualquier pega es buena mientras te guste hacerla, creo", respondo, con ponderación de consejero matrimonial. "No sé, a ver, conozco más de un amigo artista que a los veinte partieron felices pintando cuadros y ahora, cerca de los cuarenta, darían cualquier cosa por tener el sueldo de un cajero de banco", puntualiza, sentándose con cierta rigidez, sin apoyar la espalda sobre el respaldo de un sillón de cuero gris. Le echo una mirada: sus ojos se han quedado clavados en mí con una expresión severa. "Porque a ti te va bien...", agrega, acercando la boca de su botella a sus labios. Está claro que Fernanda le ha entregado antecedentes. "Sí, he tenido la suerte de dar con un par de buenos clientes y poder trabajar con cierto mínimo margen de libertad", pronuncio, con la mecanicidad propia de un discurso que uno se ha tenido que armar para dejar tranquilos a interlocutores como este Esteban. A todo esto, Fernanda ha desaparecido. Percibo su voz desde un punto indeterminado del departamento. Seguramente recibió una llamada importante y se fue a su pieza a hablar, no me dí cuenta.

"Me gusta tu forma de plantear las cosas: te va bien en lo que haces y no tienes rollos en reconocerlo. Seguramente tienes un par de peces gordos que te dan pegas pa' tus fotos y eso te permite vivir con cierta holgura. Eso, esa forma de ver las cosas es lo que mucha gente no logra captar, lo que a la larga no hace más que retrasar el desarrollo". El compadre tenía ganas de hablar, eso se percibe fácil. En cualquier caso, no tengo idea qué cresta le habrá hablado Fernanda de mí, pero por la dirección por la que él empieza a encaminar sus palabras, parece que me ha pintado poco menos que uno de los fotógrafos más exitosos de Chile. "Yo soy constructor. Trabajo hace años en una de las empresas que ha entrado más fuerte en la zona. Nos va bien, muy bien. Trabajamos seriamente, nuestros proyectos, sin ser perfectos, son de buen nivel. Pero la gente igual nos critica. Lo peor, mucho viejo cuico, que han venido a retirarse a la playa tras toda una vida chupándole la sangre a unos cuantos, son los que levantan la voz con más alharaca." Me pica la curiosidad, le pregunto en qué empresa trabaja, qué proyectos específicos han desarrollado. Ok, pequeños San Alfonso que se reparten por la comuna. "Pero igual corre plata por debajo", me animo a tirarle, como para ver cómo reacciona. Me echa una mirada ya no severa, sino ahora más bien plana, de una planura redonda y meridiana. "El mundo gira en torno a los incentivos. Y la plata es el mayor incentivo que existe. Acá en San Alfonso corrió mucha plata por debajo y, siendo perfectamente franco, creo que mucho menos plata de la que se podría haber corrido." "La sacaron barata", digo. "Súper barata, al costo. Acá los compadres, por suerte, se conforman con poco", aclara, y echa una sonrisita nasal, que deja ver la punta de unos dientes de blancura de comercial. Descubro ahora que, sonriendo, en ambos hermanos el vínculo sanguíneo se hace mucho más evidente: sonríen casi calcado.

(Continuará)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que interesante la dinámica en la que el autor va construyendo una mirada critica de algarrobo atraves del lente de una historia cotidiana.

Don Bilz dijo...

La trama apenas si avanza unos pocos centimetros, pero eso no importa, la descriptiva lo envuelve a uno con inusitada fluidez al punto que sea quien sea el protagonista de esta historia poco importa, el la medida que las sonrisas, los pelos, las botellas, los dientes sean los precisos.....me gusta, espero la parte tres..!!