Por Pablo Salinas
Como nunca antes se exhibe en suelo chileno un conjunto realmente importante de obras de Raymond Monvoisin, y la muestra la acoge nuestro Museo Nacional de Bellas Artes.
Este francés, alumno de Guérin, llegó a Chile en 1843 y fue, mientras duró su residencia de más de una década, el pintor más famoso de nuestra joven república. Artista de técnica solvente, superior a la de cualquier otro en el medio local, se convirtió rápidamente en el favorito de la élite chilena. Algunos críticos, de un tiempo a esta parte, han acusado en sus obras frialdad, acartonamiento, exceso de academia. Monvoisin se formó como pintor neoclásico, se mantuvo fiel a ese canon estilístico a lo largo de su carrera y, como la mayoría de los artistas, incluso los más célebres de su generación, pintó obras con menos empeño y entusiasmo que otras. Pero, en concreto, gracias a su trabajo contamos hoy con una colección de retratos de diversas figuras del Chile de mediados del siglo XIX de real calidad. Sin ir más lejos, su retrato de Andrés Bello -una de sus pinturas más difundidas- es una obra de exquisito dibujo, balanceada paleta, definitivamente hermosa. En Francia, en la década de 1820, conoció y retrató a Mariano Egaña, el más sobresaliente agente del Estado de Chile por esos años, conexión esencial para que, tiempo después, el pintor aceptara una invitación del gobierno del general Bulnes y decidiera venirse a trabajar a este confín sudamericano.
Son varias las obras interesantes, para mí desconocidas, que se exhiben. El retrato colectivo de la familia Zañartu, por ejemplo. 14 figuras, de distintas edades, vistiendo todos trajes de gala, nos posan en un amplio salón; como telón de fondo, una vaporosa, levemente idealizada, vista de los cerros de nuestro valle central. No es difícil imaginar el impacto que debe haber producido esta espléndida obra entre nuestros coterráneos de 1844.
No sé desde cuando, pero visitar el Museo hoy es gratis. Hace dos días, cuando lo visité, familias enteras -las actuales- se repartían por la Sala Matta, descubriendo y fascinándose con las obras de Monvoisin, el francés que nos legó un inestimable testimonio visual del Chile del corazón del siglo XIX.