Este año se cumplieron, en agosto, 100 años de la muerte de Joaquín
Sorolla. La conmemoración es interesante; nos pone frente a un artista
que, luego de un siglo, ha logrado conservar sin mayor merma la enorme
fama y popularidad que gozó en vida. Murió a los 60, pero ya tres años
antes una hemiplejia, producto de exceso de trabajo, lo había mandado
fuera de las pistas. Era tal su pasión por la pintura, tal el placer que
le producía pintar, que simplemente nunca pudo detenerse. Lo intentó
(así lo dejan ver algunas cartas), pero no pudo. Ya a los 40 era un
hombre rico, con encargos de distintas partes del mundo. Otro, en su
lugar, habría ralentizado un poco la marcha, optado por una vida de
exigencias más moderadas, pero él no. La pintura -pincel, color,
soporte- fue su gran pasión, desbordante, incombustible, y que supo
plasmar y transmitirnos en sus telas. Hoy, 2023, hasta el cuello con imágenes
digitales de resolución y colorido deslumbrantes, la obra del valenciano
nos sigue fascinando con una intensidad única.
En Chile
tenemos una relación nada menor con el maestro, la que, sospecho, no se
valora lo suficiente. Rafael Erráruriz Urmeneta, nacido en Santiago en
1861, fue uno de sus clientes más importantes, en rigor, una suerte de
mecenas, porque no fueron uno o dos los cuadros que le encargó y compró,
sino cerca de 20. Lo hizo, además, en una etapa previa a la plena
consagración del artista. Los Errázuriz Urmeneta deben ser el clan familiar más
estrechamente ligado con el arte dentro de la élite chilena de ese
período histórico, fines del XIX, primeras décadas del XX. Son cuatro
hermanos y los cuatro tienen un vínculo destacable. José Tomás, el
mayor, él mismo fue pintor, de no pocos méritos, y su esposa, Eugenia
Huici, mecenas de Picasso y Stravinsky; Amalia, retratada por Singer
Sargent, casada con Ramón Subercaseaux, diplomático y pintor, padres
ambos de Pedro, el más destacado de nuestros pintores de historia, y
Guillermo, por su lado, el menor, casado con Blanca Vergara, gran
coleccionista y quien construyera el palacio que hoy lleva su nombre en
Viña del Mar.
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"La vendimia", uno de los dos paneles que se conservan en el Museo de Bellas Artes de Viña, el Palacio Vergara |
Del total de pinturas que Rafael Erráruriz le
encomendara a Sorolla no todas quedaron en Chile. De hecho, la que
despierta el interés más fuerte de la crítica hoy, un retrato colectivo
del grupo familiar, la atesora la Fundación Masaveu de Madrid. De las que sí quedaron en territorio nacional, las más visibles (y nada menores) son los paneles con temática en torno al vino, realizados en 1897, encargo del cual dos de sus cuatro piezas originales se conservan en el palacio que fuera de su cuñada Blanca. Se me pierde la huella de los otros retratos individuales a miembros de la familia ejecutados por el valenciano. No se puede descartar que más de alguno se mantenga en alguna colección privada dentro de nuestras fronteras. Con todo, junto al cuadro que donó Santiago Ossa al Bellas Artes de Santiago, el legado chileno de Sorolla no resulta nada despreciable, suficiente como para haberlo reunido en el marco de las conmemoraciones de uno de los pintores del pasado que gozan una salud más fuerte y vigorosa en la actualidad.
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Los Errázuriz Valdés en exhibición en los museos de España.
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