27/11/09

Desde el jardín, por Hervé Tusak


Podaba las rosas de mi jardín. La temprana tarde, con su coqueta brisa, invitaba a rodearse de crespones en plena floración y cardenales carne-de-perro. No falta a lo lejos, en esta época del año, el grupito de obreros en faenas de remodelación en cierta propiedad de acaudalados capitalinos, piñeristas acérrimos. Desde aquel punto de labores, entre martilleos dispares y estridencias de taladros a punto de fundirse, llegó a mis oídos la repetitiva melodía de Maná: un guitarreo bobo, un estribillo de fogata playera. Qué bien, pensé, cuando, tras el exitazo de los aztecas de hoy, se esparcieron las notas de otra tonadita muy en boga hace ya un par de décadas. No retuve su nombre ayer, menos lo retendré ahora. Santana, eso es todo, Carlitos Santana, como se refiere a él cierto amigo pelilargo adicto a los vinilos y los altavoces de medio millón de pesos. Me alegré: el vínculo propuesto entre los Maná y el setentero viejo de los mostachos me sonó a claro tributo, y esto siempre alegra. Entendí que en la para mí muy poco explorada familia del rock latino las nuevas figuras que ganan el favor actual de las audiencias reconocen a quienes han venido antes que ellos. Y eso es algo.
Santana estuvo en Chile no hace mucho, recordé. A fines de febrero, en el marco del Festival de la Canción de Viña, se paró durante interminables horas en el escenario y repartió bendiciones a diestra y siniestra, manejando un español rudimentario, plagado de entonaciones yanquis, con un acento indefinidamente centroamericano. Fue cálido Carlitos, lo reconozco, pese al farfulleo algo exasperante. Fue un gran show, al decir de muchos. Al menos su sorpresivo carisma como orador le hizo ganar fuertes aclamaciones.
De Chile a quién sabe donde. ¿Buenos Aires? ¿Río? Las Vegas, es lo más probable. De concierto en concierto. Sus buenos dólares en Viña, sus otros pocos al mes siguiente en cierto escenario de Arizona o Nuevo México. Siempre hay gente, lolos que envejecieron de golpe -como mi amigo pelilargo- dispuestos a pagar su entrada para escuchar los lánguidos acordes de su guitarrita fogatera.
La reflexión la hago por Maxi, que pinta, hace años pinta, y que el otro día (para variar) se me quejaba que sus cuadros no se venden lo suficiente. Claro, Carlitos Santana no tiene ese problema. Puede hacer sus recitales más o menos distanciadamente y siempre habrán sus pesitos esperándolo. ¿Es la música? ¿Su buena onda, su "paz hermanos y bendiciones, no soy mas que su servidor, me debo a ustedes mi público" lo que le brinda una acogida tan constante y recompensadora? Son preguntas que me hago mientras voy sacando y sacando cabezas secas de rosas. Maxi, por favor, deja ya de quejarte. Sé más como el viejito del mostachón, y si no puedes serlo -¿quién puede?- cambia de giro, la vida ofrece siempre un abanico abundante de posibilidades...
No quise ese día hablarle a Maxi de Hockney. De mis visitas a su atelier de Bridlington. De nuestras salidas espantosamente de amanecida para presenciar la caída de la primera luz solar sobre cierto macizo de árboles. De su mismo atelier de dimensiones insólitas, de su ya casi total sordera y sus sofisticados audífonos de última generación. ¿Para qué haberlo hecho? Yo mismo, sin necesidad de tener el caso del bueno de Maxi encima, hacía mis propias masticaciones internas en el tren de vuelta a Londres. Según Brad, amigo inglés en común, gran parte de ese éxito presente se debía a su condición de gay. Su racionamiento muy simple -¿la simpleza de los desesperados?- se sintetiza así: la gente, la sociedad siempre ha considerado que tener hijos es algo bueno, sino lo mejor, un acontecimiento medular dentro de la existencia de cualquier criatura humana. Y no, todo lo contrario. Los hijos sólo garantizan la ruina y bancarrota progresiva de los hombres, y por sobre todo, de los artistas. Y estos tipos, como el piola de David, tienen la mitad de la carrera asegurada por este simple hecho, de apartarse desde muy temprano de los cauces normales de la vida del procreador. Y dedicarse así 100% a sí mismos. Sin ningún, verdaderamente ningún elemento distractivo y/o desgastador a ultranza, como serían los hijos. De ahí florecen, echando mano, claro está, al propio capital de talentos personales.
No manejo la ficha como progenitor de Santana. Y de Maxi sí sé que tiene un hijo, fruto de una breve relación con una bailarina, que hoy tendrá unos diez años y al que ve a lo más seis a ocho veces por año. Dudo que este crío, de carácter muy dócil, signifique para mi atribulado amigo un motivo de preocupación mayor.
La vida es dura. Impone un sinnúmero de preguntas de díficil respuesta. Mejor vuelvo a mi jardín

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El cambio es sumamente brusco... Hervé Tusak se va por el relato lineal de un hecho cotidiano, al cual se le fuerza de algun modo, situándolo inesperadamente en Birmingahan y "no le quise hablar de Hockney" (???quien es, que es??) para concluir en pinceladas muy superficiales, en la figura del gran Santana cuya grandeza real y para situarlo en la dimension que sea, hoy, en los 2000 o siglo 21, debe remontarse obligadamente uno al Woostock del 1969 hasta con suerte el 1975 con "Evel Way" y a el "lento", ese que no dejó joven sobre el planeta que no se pegó el mejor baile de su vida, que en el 73 clavo el primer puntazo, el primer "refregón" de genitales con la que seria su noviecita o incluso....llego a ser su esposa. Carlitos es una figura de dimensiones colosales....eso requeria un poco más de profundidad y debase tal vez eso a que Hervé en el 69 apenas si se encontraba en vias de convertirse en espermatozoide.

El Editor dijo...

Para facilitar las cosas, incluimos enlace en palabras difíciles (léase Hockney)