10/10/24

Escámez en Chillán: el notable renacer de una de las cimas del muralismo chileno


La gestión la encabezó Eduardo Contreras Mella, joven militante del Partido Comunista que, antes de cumplir treinta, asume como alcalde de su ciudad natal, Chillán. Es gran admirador de Julio Escámez, su casi coterráneo, nacido hacia la costa del Bío-Bío, artista que en la medianía de los cuarenta, tras sólida formación en Italia, Alemania y la Unión Soviética, sobresale como uno de los más notables muralistas chilenos. Se inicia la década de 1970 y Contreras logra un apoyo unánime para que el arte de Escámez quede plasmado en la ciudad, nada menos que en el centro mismo de la administración comunal, el Salón de Honor del municipio chillanejo.

El artista, junto a su grupo de ayudantes, trabajará alrededor de dos años en el mural. Son ochenta metros cuadrados a pintar, una enorme pared de triple altura, además de un friso lateral. La obra se inaugura, con solemne acto, en junio del 72. Se trata del mural más importante de la ciudad, desde que hace tres décadas Siqueiros, entonces exiliado en Chile, pintara el impresionante “Muerte al invasor” en la Escuela México. Poco después, en agosto de ese mismo año, Salvador Allende, como presidente de Chile, visita la capital del Ñuble. Da un discurso en el municipio ante autoridades y vecinos. El flamante mural, desplegado a sus espaldas, se roba las miradas. Presidente y autoridades locales se pierden en medio de una gigantesca escena repleta de figuras, seres y engranajes, de colorido vibrante. El artista titula su obra “Principio y fin” y, al igual que el mexicano, su maestro, aplica un perfectamente definido dispositivo ideológico, como sostén conceptual. Sobre la compleja masa de figuras, Escámez impone un recorrido, en rigor, un tránsito, desde las penumbras de la parte baja hasta las triunfantes banderas rojas de la parte superior.

A poco de inaugurado, el mural chillanejo de Escámez recibe la visita de Salvador Allende

El mural, expresión de arte público por excelencia, pintado en la sede del gobierno comunal, alcanza a quedar expuesto apenas algo más de un año. Pocos días después del Golpe del 11 de septiembre de 1973, el entonces coronel Toro Dávila ordena hacer desaparecer la obra, cubriéndola por completo con pintura. En un par de días, el trabajo de dos años se esfuma. El Salón de Honor pasa a convertirse en insípida sala de concejo de paredes uniformemente monocromas. Las generaciones más jóvenes de chillanejos escuchan como una historia con tintes míticos a sus padres, o abuelos, recordar la relampagueante presencia de una gigantesca y alucinante pintura en las paredes de la municipalidad. El Salón de Honor, de hecho, también desaparece, subdividiéndose en tres niveles la imponente altura del espacio original.

Sin embargo, hacia fines de 2021, la memoria de la comunidad local se vuelve a agitar y abre una compuerta impensada. Una concejala, comunista como Contreras Mella, consigue que se destinen recursos para conocer el estado del mural. Se especula que los militares no se habrían limitado a tapar la obra con pintura, sino que también con alquitrán, e intentado destruirla con picota y balas. En noviembre de ese año, se logran remover un par de centímetros de pintura y el pigmento del mural de Escámez reemerge. La obra sí ha sufrido daños –el encementado de las dos losas de los pisos creados durante la dictadura, además de una puerta y ventana hechas durante el mismo período pero eliminadas posteriormente-, sin embargo el resto estaría en buenas condiciones. Lo que anima a las actuales autoridades de la ciudad a ir por su recuperación total.

En reciente visita a Chillán, pude conocer detalles de este extraordinario trabajo de rescate patrimonial por parte del equipo de profesionales a cargo. Y además ver directamente, en compañía de la encargada de la Unidad de Patrimonio, Karin Cárdenas, y la arquitecta Anabella Benavides, de la misma Unidad, los sectores de “Principio y fin” ya recuperados tras medio siglo de aberrante censura. Las pequeñas ventanas que se van abriendo sobre la monumental obra de Escámez nos brindan la singular posibilidad de experimentar una visualización concentrada. Así, nos deslumbra la magnitud del esfuerzo artístico, la precisión casi de miniaturista del trazo, que dibuja hojas, figura humana y rostros, y que define la poética de Escámez, que se impone con largueza sobre cualquier andamiaje ideológico.

Produce una rara satisfacción entender que, tras una pausa de medio siglo, la obra de Escámez, con su casi heroico acto de salvataje, terminará irremediablemente imponiéndose como uno de los grandes hitos artísticos de Chillán y de Chile entero.

Vista del actual segundo piso del antiguo Salón de Honor municipal, donde el friso lateral empieza a ser rescatado.

Reportaje audiovisual sobre las labores de recuperación de "Principio y fin"

6/10/24

Mural de Siqueiros: la joya todavía secreta de Chillán

 


Por Pablo Salinas


De ese extraordinario movimiento artístico surgido en las primeras décadas del siglo XX, el muralismo mexicano, se reconocen tres grandes maestros, Rivera, Orozco y Siqueiros. De los tres, el último de éstos fue el único que vivió un tiempo en Chile, el menor en edad y también el de carácter más acerado y combativo, el soldado David Alfaro Siqueiros.

Orozco había sido un firme militante del Ejército Constitucionalista y Rivera no había tenido empacho en refregarle el rostro de Lenin a Rockefeller en su propia casa, pero Siqueiros había llevado su compromiso político todavía más allá. Tan dotado y virtuoso como cualquiera de sus compañeros, había sabido hacer de su arte un vigoroso canal de expresión para mensajes de fuerte carga ideológica, siempre dentro de un contexto estilístico de méritos superlativos. Pero, no conforme con esto, con crear monumentales obras ensalzando los ideales revolucionarios y denunciando las cuitas de los oprimidos, para Siqueiros la correcta militancia, en el caso de un pintor, no debía limitarse a considerar al pincel como única arma. Con el mismo pulso decidido y enérgico con que aplicaba el color, debía el pintor –o, al menos, él- tomar el arma, las otras armas, ya sea el pistolón, el fusil o la metralleta. Y así lo había hecho, una noche de mayo de 1940, en su intento por borrar del mapa a Trotsky, marcado por Stalin como enemigo número uno de la Revolución, y, por tanto, forzado al exilio, en México.

Las balas no dieron en el blanco, pero la intentona fue más que en serio; en el asalto, Siqueiros y su grupo usaron bombas incendiarias, descargando sobre los muros de la habitación del antiguo líder del Ejército Rojo múltiples ráfagas de plomo. Cayó preso. En la cárcel lo visita Pablo Neruda. El poeta, como cónsul –y como, también, convencido estalinista-, hace gestiones para que su camarada pintor pueda salir de México y encuentre refugio en Chile.

Siqueiros pisa suelo chileno a fines de marzo de 1941. Como es obvio, la presencia de este artista que el propio Neruda no pudo sino definir como de temperamento “volcánico” genera tensiones. Hace dos años, la anterior gestión humanitaria del poeta -traer un barco con refugiados republicanos a Chile- le había significado más de un dolor de cabeza al presidente Aguirre Cerda. Nada pronosticaba que esta vez sería diferente. Al mexicano se le reconoce como una figura de importancia mundial, pero su vehemente y, para algunos, desvergonzadamente roja militancia molesta, incomoda. Se acuerda, entre autoridades chilenas y mexicanas, mantenerlo lejos del corazón intelectual, social y político del país, Santiago. Tras el terremoto del 39, la solidaridad del pueblo mexicano ha permitido levantar una escuela en la devastada ciudad de Chillán. Se decide encargarle a Siqueiros la tarea de decorar los salones del recién edificado establecimiento.

Fachada de la Escuela México


La maltratada capital del Ñuble, histórico punto de intercambio comercial de la producción agrícola del Chile central, se convierte durante un año en el impensado epicentro de la actividad artística del país. Siqueiros tiene 44 años y está en el cénit de sus capacidades. Reclama ayudantes. La sala en que trabajará es de grandes dimensiones; más que destinada a acoger la biblioteca de una simple escuela de provincia, parece más acorde a la de un palacio. Desde Santiago, llegan los chilenos, pintores ya plenamente formados, Laureano Guevara y Camilo Mori, a crear sus propias obras; también otros más jóvenes, como José Venturelli, a asistir al maestro.

Siqueiros acomete la que primero llamará Oratoria pictórica y luego rebautizará con mayor acierto como Muerte al invasor. Más de 20 mil habían muerto en el reciente terremoto; a la muerte había querido llevar él mismo al viejo Trotsky. La muerte cerca, la muerte impone su pulso. El mural se resolverá en dos caras, una al norte, otra al sur, que se enfrentan y se enlazan por el techo, a través de un complejo juego de vértices y efectos ópticos. De un lado, el sur, la historia de Chile en su enfrentamiento entre el nativo y el invasor europeo, con Galvarino y Bilbao como personajes principales entre un enjambre de figuras, y en el norte, la de México, mucho más equilibrada, con predominancia de rojos y amarillos, con los grandes próceres –Juárez, Hidalgo, Zapata- dispuestos ordenadamente en ramilletes a los costados.


Recién a mis 54 años, hace pocos días, visito y conozco este hito del patrimonio artístico de este lado del mundo, que algún crítico ensalzó como “la Capilla Sixtina de Latinoamérica”. Comparación que encierra harta justicia. El férreo dogmatismo del toscano, de cielo, juicio y condena, muta, en la expresión del mesoamericano, en sanguinolento canon de opresores y oprimidos, con similar esplendor y potencia estilística. La capilla chilena también resguardada por su propia guardia suiza, dos funcionarias de la Dirección de Cultura de la Municipalidad de Chillán, que aminoran el celo y al final me permiten fotografiar a destajo, desde todos los ángulos, esta inapelable joya del arte mundial.

Agradecimientos especiales a Eduardo Peña, director (s) de la Dirección de Cultura de la Municipalidad de Chillán.



Cara sur, Historia de Chile



Cara norte, Historia de México

17/6/24

Los jóvenes Darío y Balmaceda en los albores de la poesía chilena

 

 

Por Pablo Salinas

 

Chile, la que había sido la colonia y luego la república más pobre, remota y menos poblada de Sudamérica, experimenta una transformación de proporciones hacia fines del siglo XIX. Entrando en la década de 1880, el país se expande por el norte y por el sur, y esta expansión territorial, a punta de fuego y balas, propicia una bonanza económica nunca antes conocida. Las arcas fiscales alcanzan un esplendor inusitado gracias a la potente dosis de recursos que le inyecta el salitre nortino. 

Justo por esos años, proveniente de Nicaragua, desembarca en Valparaíso un joven de 19 años que da sus primeros pasos en la poesía, Rubén Darío. En Chile, más allá de los prejuicios o de lo que más de alguno pueda sentirse tentado a suponer, al centroamericano, pese a no tener aún obra publicada, se le recibe y acoge en forma harto cordial. Nada menos que en la misma casa de gobierno, La Moneda, el hijo del presidente Balmaceda, Pedro, organiza tertulias literarias, a las que el recién llegado es pronto invitado a integrarse. El chileno y el nicaragüense tienen casi la misma edad. Pedro, limitado en su despliegue físico por una severa deformación en su columna, es un lector ávido y sensible, muy atento a las novísimas tendencias estilísticas provenientes de Europa. Rápidamente detecta el genio en su compañero; lo celebra, lo alienta, al punto de financiarle la publicación de su primer libro. Piglia, en alguna conferencia, propone a un derrotado Mariano Moreno, rumbo al exilio, traduciendo un libro del francés como escena inaugural de la literatura argentina. Nosotros, en Chile, la tenemos más fácil. No hace falta ni irse tan atrás ni tampoco escudriñar con lupa entre los entresijos de la historia. La estadía de más de dos años del joven Darío en el país, con la aparición de Azul como su punto culminante, es nuestro más que evidente punto de partida. Al menos de la poesía, si consideramos que hasta entonces el mayor hito de la lírica nacional eran los versos que en su juventud había escrito un tal Eusebio Lillo.

Es decir, la tradicionalmente pobre república, viviendo sus primeros años de holgura, genera una dinámica de estímulo intelectual bastante peculiar, con las dependencias de la misma casa de gobierno como uno de sus centros más fuertes. El joven tullido chileno, de abolengo, que domina con fluidez el inglés y el francés sin haber salido nunca el país, le traspasa al plebeyo centroamericano esta fascinación por los nuevos brillos de la cultura europea y éste, por su parte, rápidamente los digiere y modula con particulares intensidades.

Todo esto sucede, como dije, en medio de un ambiente sobreexcitado por el suculento flujo de recursos que apenas hacía unos años había empezado a nutrir las arcas nacionales producto de la explotación del salitre en el desierto antes boliviano y peruano. La, en cierta medida, repentina bonanza generó un trastorno mayor en la sociedad chilena, tradicionalmente habituada a desenvolverse en ambientes de invariable austeridad. La corrupción empezó a campear y a permear sin respetar títulos, cargos ni estirpe.  Las semillas dejadas caer por los jóvenes Pedro y Rubén fueron, sin embargo, echando raíces, para emerger con primeros tallos y brotes una generación más tarde, tallos y brotes de esa planta rara que tendrá crecimiento notable y vertiginoso, y que ya podremos llamar con toda propiedad “la poesía chilena”.

21/1/24

Cantalao, 50 años. La deuda de Chile

 


En el mundo, pero muy particularmente en Chile, pasa algo muy raro con Neruda. Basta con que alguien, quien sea, pronuncie su nombre, para que la rechifla se haga oír desde algún punto de la galería. Y no solo de la galería; también desde la tribuna, el palco. Bastó con que hace algunos años alguna poeta desde España, tras revisión de sus memorias, lo marcara con el timbre de "violador", y algún otro por ahí le sumara el de "mal padre", para que la inquina se propagara como llamas sobre maleza seca. Hace pocos días, un medio entrevistó al empresario que se hará cargo de los restaurantes que funcionarán en las casas que tuvo el poeta; uno de cada tres comentarios al pie de la entrevista en las redes sociales apuntó sobre la pertinencia de trabajar en torno a la figura de tan reprochable sujeto...

 Antes, hasta antes de la irrupción de este fenómeno de masas, el impulso anti-Neruda por cierto que existía -incluso era robusto-, pero iba por el lado estrictamente ideológico, el comunismo y, en particular, el recalcitrante estalinismo del poeta. Cuestiones que, por lo demás, en forma bastante clara sí incidieron en su obra. Los factores que se esgrimen ahora orbitan en el ámbito estricto de lo moral, y, por cierto, no afectan, ni influyen ni perturban, en nada su creación artística.

Pero, lo concreto es que este señor, nacido en Parral en 1904, hijo de un empleado ferroviario y una maestra de escuela, que atrajo los ojos del mundo sobre Chile por los méritos de sus versos -¡vaya!-, compró en 1968 un terreno de algo más de 4 hectáreas, en inmejorable ubicación junto al Pacífico, para ¿aumentar su patrimonio personal, fortalecer su posición económica de manera de enfrentar de mejor forma la vejez? Nada de eso. Para desarrollar un singular proyecto comunitario, que nombró Cantalao. Incluso formó una fundación para darle tiraje. El artículo uno de sus estatutos nos despeja el norte: “fundación de beneficencia sin fines de lucro cuyo fin será la propagación de las letras, las artes y las ciencias, especialmente en el litoral comprendido entre San Antonio y Valparaíso.” ¿Quién por más prestigio y reconocimiento internacional, por más Premio Nobel a su haber (en su caso, este esfuerzo fue previo a la distinción de los suecos), es capaz de hacer algo similar? Puedes odiar a Neruda, que su perfil ideológico te apeste, que lo consideres no mucho más que un mero agente infiltrado de Stalin, o bien un padre horrible con tendencias a abusar de señoritas y que además su poesía te resulte irremediablemente insufrible, pero tendrías que ser un hipócrita sin remedio para no aplaudir de pie un proyecto tan noble y generoso como Cantalao.

Hace ya medio siglo que Neruda nos dejó. Justo poco antes de que el año 50 de su partida expirara, visité aquel mítico terreno del sueño del poeta. En su interior permanece todo casi tal cual a 1973. La cabaña de madera que Neruda alcanzó a construir en vida, como habitáculo inicial del proyecto, vandalizada y destruida después del Golpe, una vez acabada la dictadura fue reconstruida idéntica por el mismo maestro carpintero que construyó la original. ¿Habrá que esperar otros 50 años para ver aparecer las otras ramas de ese gran árbol del magnífico sueño nerudiano?

Aunque a muchos de mis compatriotas se les nuble, este país le debe mucho a la poesía y a Neruda. Tenemos todos una deuda grande con Cantalao. Es hora de ponerse a trabajar en serio.

Cantalao, en diciembre de 2023