La gestión la encabezó Eduardo Contreras Mella, joven militante del Partido Comunista que, antes de cumplir treinta, asume como alcalde de su ciudad natal, Chillán. Es gran admirador de Julio Escámez, su casi coterráneo, nacido hacia la costa del Bío-Bío, artista que en la medianía de los cuarenta, tras sólida formación en Italia, Alemania y la Unión Soviética, sobresale como uno de los más notables muralistas chilenos. Se inicia la década de 1970 y Contreras logra un apoyo unánime para que el arte de Escámez quede plasmado en la ciudad, nada menos que en el centro mismo de la administración comunal, el Salón de Honor del municipio chillanejo.
El artista,
junto a su grupo de ayudantes, trabajará alrededor de dos años en el mural. Son
ochenta metros cuadrados a pintar, una enorme pared de triple altura, además de
un friso lateral. La obra se inaugura, con solemne acto, en junio del 72. Se
trata del mural más importante de la ciudad, desde que hace tres décadas Siqueiros,
entonces exiliado en Chile, pintara el impresionante “Muerte al invasor” en la
Escuela México. Poco después, en agosto de ese mismo año, Salvador Allende,
como presidente de Chile, visita la capital del Ñuble. Da un discurso en el
municipio ante autoridades y vecinos. El flamante mural, desplegado a sus
espaldas, se roba las miradas. Presidente y autoridades locales se pierden en
medio de una gigantesca escena repleta de figuras, seres y engranajes, de
colorido vibrante. El artista titula su obra “Principio y fin” y, al igual que
el mexicano, su maestro, aplica un perfectamente definido dispositivo
ideológico, como sostén conceptual. Sobre la compleja masa de figuras, Escámez
impone un recorrido, en rigor, un tránsito, desde las penumbras de la parte
baja hasta las triunfantes banderas rojas de la parte superior.
A poco de inaugurado, el mural chillanejo de Escámez recibe la visita de Salvador Allende |
El mural, expresión de arte público por excelencia, pintado en la sede del gobierno comunal, alcanza a quedar expuesto apenas algo más de un año. Pocos días después del Golpe del 11 de septiembre de 1973, el entonces coronel Toro Dávila ordena hacer desaparecer la obra, cubriéndola por completo con pintura. En un par de días, el trabajo de dos años se esfuma. El Salón de Honor pasa a convertirse en insípida sala de concejo de paredes uniformemente monocromas. Las generaciones más jóvenes de chillanejos escuchan como una historia con tintes míticos a sus padres, o abuelos, recordar la relampagueante presencia de una gigantesca y alucinante pintura en las paredes de la municipalidad. El Salón de Honor, de hecho, también desaparece, subdividiéndose en tres niveles la imponente altura del espacio original.
Sin embargo,
hacia fines de 2021, la memoria de la
comunidad local se vuelve a agitar y abre una compuerta impensada. Una concejala,
comunista como Contreras Mella, consigue que se destinen recursos para conocer
el estado del mural. Se especula que los militares no se habrían limitado a
tapar la obra con pintura, sino que también con alquitrán, e intentado destruirla
con picota y balas. En noviembre de ese año, se logran remover un par de
centímetros de pintura y el pigmento del mural de Escámez reemerge. La obra sí
ha sufrido daños –el encementado de las dos losas de los pisos creados durante
la dictadura, además de una puerta y ventana hechas durante el mismo período
pero eliminadas posteriormente-, sin embargo el resto estaría en
buenas condiciones. Lo que anima a las actuales autoridades de la ciudad a ir
por su recuperación total.
En reciente
visita a Chillán, pude conocer detalles de este extraordinario trabajo de
rescate patrimonial por parte del equipo de profesionales a cargo. Y además ver
directamente, en compañía de la encargada de la Unidad de Patrimonio, Karin
Cárdenas, y la arquitecta Anabella Benavides, de la misma Unidad, los sectores
de “Principio y fin” ya recuperados tras medio siglo de aberrante censura. Las
pequeñas ventanas que se van abriendo sobre la monumental obra de Escámez nos
brindan la singular posibilidad de experimentar una visualización concentrada.
Así, nos deslumbra la magnitud del esfuerzo artístico, la precisión casi de
miniaturista del trazo, que dibuja hojas, figura humana y rostros, y que define
la poética de Escámez, que se impone con largueza sobre cualquier andamiaje
ideológico.
Produce una
rara satisfacción entender que, tras una pausa de medio siglo, la obra de
Escámez, con su casi heroico acto de salvataje, terminará irremediablemente
imponiéndose como uno de los grandes hitos artísticos de Chillán y de Chile
entero.
Vista del actual segundo piso del antiguo Salón de Honor municipal, donde el friso lateral empieza a ser rescatado. |
Reportaje audiovisual sobre las labores de recuperación de "Principio y fin"