Recuerdo perfecto que fue tras ver en youtube una conferencia dictada por Gary Yourofsky que dejé definitivamente de comer carne. De cualquier tipo: roja, blanca, ave, cerdo o vacuno. Aquella ponencia del activista yanqui, pese a su innegable tufillo totalitario -que para mi se manifestaba desde la dureza propia de su discurso sin concesiones hasta su rasurada testa y su algo sospechoso aspecto atlético e hiperactivo-, fue el elemento clave que me empujó a tomar aquella decisión, hasta entonces largamente pospuesta. Basta de crueldad hacia los animales. El paladín de los veganos me ayudaba a ver muy claro que yo ya no podía seguir formando parte de esa red de encubiertas complicidades contra la integridad de criaturas tan dignas como un pollo, una vaca o un chancho. Todo anduvo bien al principio, incluso estupendamente bien. Pero a las pocas semanas empecé a sentir los signos de que algo parecía caer en franca picada dentro de mi: la energía vital. Somnolencia excesi...
Desde el litoral