Por Pablo Salinas
La semana
pasada, visito Talca. Tras los pasos del Abate Molina, figura mayor de nuestra
cultura nacional. En rigor, el oriundo de Villa Alegre, pocos kilómetros al sur
de la ciudad, se levanta como un caso harto singular; su contribución al
fomento del cultivo de las ciencias lo ubica en una primerísima línea no solo
dentro de la escena limitada por los márgenes de nuestras fronteras, sino mucho
más allá, derechamente dentro de la escena global iberoamericana. Cuestión que
no creo que, todavía, a casi dos siglos de su desaparición física, hayamos
atrapado a cabalidad.
Desde muy
joven, mediados del siglo XVIII, Molina se vuelca a la observación acuciosa de
la naturaleza, cuando nadie por estos pagos lo hacía. Forzado al exilio, como
jesuita, se radica en Bolonia, donde escribe los textos que le dan renombre por
toda Europa, al punto de convertirse en el primer americano en ser admitido en
la prestigiosa Academia de las Ciencias boloñesa.
Su figura,
por cierto, rebasa lo académico, resonando en otros ámbitos, prueba nítida de
su grandeza. Visito el Instituto de Estudios Humanísticos que lleva su nombre,
en el bello campus de la Universidad de Talca, y me recibe una imponente
estatua, que lo muestra de cuerpo entero con una pluma en la mano, en posición
de ir dando un paso hacia adelante. Me entero que no es la única en la ciudad.
Se trata, de hecho, de una copia, de la original emplazada en plena Alameda,
más específicamente, en el frontis del Liceo Abate Molina, uno de los establecimientos
educacionales más antiguos de todo Chile, que se crea hacia fines de la década
de 1820 con los fondos donados por el sabio jesuita a la ciudad.
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| La estatura del Abate, en el frontis del Liceo |
La pieza tiene el mérito de ser el
primer monumento comandado por el estado chileno no a un militar o un héroe de
guerra, sino a un civil, y, además, de haber sido la primera obra fundida en
bronce hecha en suelo nacional, obra de Auguste François,
artista francés que Manuel Montt, 1853, contrata para que se haga cargo de la primera
escuela de escultura del país.
El Liceo, aparte de
distinguido por lo añoso y tener un rendimiento escolar bastante alto,
tratándose de un establecimiento municipalizado, propicia el encuentro de tres
adolescentes, el serenense Braulio Arenas, el temucano Teófilo Cid y el maulino
Enrique Gómez Correa, quienes, figuras de la escena literaria del siglo XX,
darán vida al Grupo La Mandrágora, colectivo surrealista de innegable
repercusión en la vida cultural de nuestro país.
El aura del sabio maulino, como ha sucedido a lo largo de toda nuestra historia republicana, sigue hoy, a su manera, sin aspavientos, sirviendo de guía y estímulo de la actividad cultural nacional.

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