Por Pablo Salinas
La ciudad,
como ninguna otra de Chile, lleva un hecho militar como marca indeleble, una
batalla entre tropas realistas y patriotas que se prolongó entre el 1 y el 2 de
octubre de 1814. Ha pasado a conocerse como “El Desastre de Rancagua”, pero el
término parece excesivo, impone una sobrecarga de dramatismo que termina
confundiendo. Porque, al fin de cuentas, se trató del choque entre un ejército
profesional y experimentado, con veteranos de las guerras napoleónicas entre
sus filas, y uno conformado hacía pocos años, liderado por generales sin verdadera
formación, cuyos mayores méritos eran el entusiasmo y las ansias de emancipación.
O’Higgins, al momento del combate tenía 35 años y, por cierto, como estratega
militar nunca destacó, como tampoco lo hizo José Miguel Carrera, de apenas 29,
general en jefe de las tropas criollas. Los súbditos del repuesto Fernando VII se
impusieron sobre los patriotas, pero tras un combate mucho más duro y
prolongado de lo que, por el desbalance de fuerzas, se podría haber augurado.
Casi un
siglo más tarde, la ciudad sumó a ese significativo hecho bélico otro
componente esencial a su identidad cultural y social, el que surge de la
minería y la explotación de un yacimiento de cobre de colosal envergadura, El Teniente, ubicado algunas decenas de kilómetros hacia la cordillera y conocido
desde la Colonia, pero que solo con la llegada de capitales extranjeros a
comienzos del siglo XX entró en una fase de vigoroso desarrollo y productividad,
hasta llegar a convertirse en la mina subterránea cuprífera más grande del
planeta.
En dos
palabras: para cualquier chileno la ciudad, hoy, resalta como el asiento de la
más dura y a la vez heroica de las derrotas de la Independencia, y cuyo motor
económico actual depende muy mayoritariamente de los siempre pingües beneficios
de la gran minería.
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La Iglesia de La Merced, un ejemplo de conservación histórica y patrimonial de Rancagua |
Visité la
ciudad este fin de semana, para presentar mis dos últimos libros de
investigación patrimonial. Y, como no podía ser de otra manera, en apretadas 30
horas, recorrí sus calles tras sus propias joyas patrimoniales. Las que, por
cierto, no son pocas y a cuya gestión, de rescate y manejo, como en tantas otras
localidades de Chile, todavía le quedan varias etapas por delante.
Existen
ejemplos notables, como la urbanización de calle Estado, antigua calle del Rey,
convertida en paseo peatonal desde la Plaza de Armas, o de Los Héroes, al sur,
generando un eje que resalta armónicamente un núcleo urbano colonial de indudable
belleza y valor. O la misma Casa de la Cultura (donde presenté mis libros),
antigua casona levantada en pleno siglo XVIII, estupendamente conservada.
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Casa del Pilar de Esquina, una de las joyas de Calle Estado |
Cuna de no
pocas figuras que descollaron en la escena política y cultural del país,
alcancé a percibir una todavía insuficiente trabajo de rescate y difusión de
dos de sus más ilustres hijos: José Victorino Lastarria y Samuel Román. El
primero, personalidad rica y potente, verdadero forjador de nuestras letras –y,
en este sentido, bien puede ser considerado también un héroe- tiene en una
calle de 4 cuadras próxima a la estación de trenes la huella más visible de su
presencia en la ciudad; mientras del segundo, creador de una obra de marcada
inclinación popular, en el sentido más noble del término, es decir, de trabajos de
lenguaje siempre cálido y llano, ajeno a vanas complejidades, Premio Nacional
de Arte en 1964, la ciudad conserva su casa natal, además de acoger algunas de
sus esculturas en un parque que corre a lo largo de una importante avenida. El
estado de estos hitos patrimoniales es, sin embargo, preocupante. La casa luce
una digna placa de cerámica que informa al paseante este notable
antecedente, pero su aspecto general luce cercano a lo ruinoso. Mientras las
dos bellas esculturas, completamente pintarrajeadas, se capta que desde hace un
buen tiempo se han convertido en blanco predilecto del vandalismo callejero.
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A pocas cuadras de la Plaza de los Héroes, así luce actualmente la casa natal del gran escultor chileno Samuel Román |
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Una de las esculturas de Román en el parque de la Alameda rancagüina |
Lo
relevante, en cualquier caso, no es lamentarse ante los puntos que se deben
mejorar, si no, por el contrario, poner atención en el nutrido acervo cultural
de la ciudad, enjundioso filón que todavía espera para entregarle a los rancagüinos todo su potencial de desarrollo.
Comentarios
Qué wen título para tu informe o crónica: "30 horas" y la "heróica"!!
Y esta transversal: de los jóvenes generales del s XIX, al escultor del s XX... Saludos...
Expectante.