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Mostrando entradas de 2014

A horas del premio, por Pablo Salinas

El manipuleo por parte de las élites o grupos de poder se manifiesta en cada uno de los campos del quehacer de la plebe: a nivel político, religioso, informativo, alimentario... En una palabra, la estrategia consiste en moldear hábitos, dirigir conciencias, diseñar "opiniones públicas". Los más avispados entenderán fácil que esta pelea se libra netamente en el campo de ese asunto que conocemos como "cultura". Así como se atienden con un de sobra conocido énfasis aspectos culturalmente más cotidianos, vulgares, populares -televisión, vida de mall, culto exagerado al fútbol-, tampoco se descuidan los aspectos menos masivos, más restringidos y marginales, de, digamos, la "alta cultura": las artes. Para eso están los premios. Nada mejor para concentrar en trance hipnótico la atención de la plebe que hacer caer desde las alturas una luz dorada sobre determinada figura.

Más allá del mausoleo del "Litoral de los Poetas", por Pablo Salinas

Mi amigo Roberto Pizarro recibe una invitación de Santiago para ir a hablar sobre su producción escultórica ante jóvenes estudiantes. Se le sugiere que aborde el tema de la identidad. Roberto, cómo no, se toma muy en serio dicha propuesta y, rascándose la barba con sus machacados dedos, me pide si podemos reflexionar juntos en torno a este asunto. Le interesa aclarar aspectos respecto a las señas que lo vinculan con lo local, con el territorio. Roberto lleva casi diez años viviendo en la provincia sanantonina -primero en El Quisco, ahora en Isla Negra- y desde un principio buscó el vínculo franco con lo nativo, los pescadores, los oriundos. Empaparse con el hálito de lo local, permearse a su influjo. Además, empleó mayoritariamente para sus obras el ciprés, madera que abunda en la zona.

Diario de un fotógrafo perdido en la costa (V)

-Las cosas nunca van a estar hechas como deberían hacerse. Siempre habrá espacio para la crítica, para la crítica malsana, para la queja. Es deporte nacional. Dicho esto, Esther Queirolo, tras su escritorio en la estupenda oficina-buhardilla en el Museo Neruda de Isla Negra, sacude la cabeza, como un temblor apenas perceptible de un Parkinson incipiente, mientras deja caer la ceniza de su segundo o tercer cigarro dentro de una muy rústica -y tal vez también muy poética - concha de loco. A sus espaldas, el torreón gris de la mítica casa nerudiana se recorta sobre la diagonal verde oscuro de los pinos.

Años, Hernán Castellano Girón

Peccata minuta :  hay un cuento de Cesare Pavese del mismo nombre,  Anni.        Es de noche, la noche de Santiago, más noche  que en cualquier otra parte del mundo, porque en ella nunca amanece.  Frente a un hotel de calle Londres encuentro a una puta muy linda, grande y aguileña, igual a la Genoveva que también patinaba frente a la salida del museo del claustro de San Francisco. De eso han transcurrido al menos cuarenta años. Por lo tanto, no puede ser ella, pero podría ser su hija, recuerdo que entonces me la mencionaba cuando nos encontrábamos por mi necesidad y la suya (necesidades diferentes, que tocaban plexos diferentes pero al fin y al cabo cercanos). Tal vez fuera su nieta, o incluso la misma Genoveva con cuarenta años en este mismo ahora, porque sólo yo he transcurrido junto con todo el tiempo desaforado, en mí ha pasado todo el tiempo del mundo: el resto del universo y los seres que lo pueblan viven suspendidos en ese p...

Diario de un fotógrafo perdido en la costa (IV)

De un momento a otro, me da la impresión que todos queremos trabajos juntos . Es decir, el trabajo propicia que se manifiesten nuestras apetencias de unión más íntimas. En cierta medida. Creo que los filósofos alemanes, con esa insólita tendencia a escarbar en todo, abordaron el tema del trabajo. Llegaron a la conclusión de que éste no formaba parte de la libertad del hombre. El brillante Santiago Sierra va más allá y dice que el trabajo es derechamente la dictadura. Entiendo a lo que apuntan: el trabajo entendido como esa obligación que la sociedad impone para acceder al sostén de las lucas. Pero a veces también el trabajo es el juego, en que el hombre se embarca para, más allá del sustento económico, intercambiar energías, propiciar el encuentro, el estímulo intelectual. Qué sé yo. El hecho es que veo a Margarita y Antonia que hace unas semanas se entusiasmaron como dos colegialas con la idea de trabajar juntas vendiendo libros; ahora en un día un tipo al que recién conozco y con q...

Diario de un fotógrafo perdido en la costa (III)

A la mañana siguiente, desperté masticando un detalle: la marca de la cerveza ofrecida por Esteban. Valdiviana, de nombre mapuche, distinguida con varios premios, absolutamente artesanal y perfectamente desconocida para mí (su etiqueta, en clave étnica, era muy mona). A medias despierto, mientras preparo el desayuno no dejo de pensar con cierto asombro en ese tipo de individuos que rehúsan comprar las marcas que atestan los supermercados, optando con innegable satisfacción por productos alternativos , dos o tres veces más caros pero consagrados con el aura de lo exclusivo . Darse gustos, mierda, de eso se trata. Esteban se los da. Así como con las cervezas, con la música. Más allá de las grabaciones inéditas, los DVDs fuera de catálogo, acceder al peldaño superior: asistir a los recitales, en Europa o alguna ciudad gringa, comprar el souvenir y colgárselo como coraza de distinción, como la polera de los King Crimson de esa noche. Llegué tarde pero no tanto. Margarita dormía boca a...

Diario de un fotógrafo perdido en la costa (II)

La idea de los cerebros detrás de San Alfonso fue que, una vez dentro, te sintieras como en otro lugar, en otra parte. Una vez dentro, sobre todo una vez dentro de cualquiera de sus cientos de departamentos, el encuadre con las aguas color topacio de la laguna gigante, las palmeras y las motas de arena impoluta por aquí y por allá gatillara irreprimibles evocaciones a Miami o a la Riviera Maya. A la hora del ocaso, con la secuencia de sampleos étnicos dispuesta por Fernanda esparciéndose sobre una franja de cielo teñida de encendido carmín, este enrarecimiento espacial, este como no saber muy bien dónde diablos se está , se potencia al doble. Me recibe Fernanda, que con una toallita termina de secarse el pelo tras un reciente ducha. Va descalza. Lleva puestos los mismos pantalones de la tarde. Me parece bien. "Durante el día este departamento es un horno; a esta hora se pone genial", me comenta, tras hacer un gracioso giro en los talones en dirección a mi, y me sonríe. ...