-Las cosas nunca van a estar hechas como deberían hacerse. Siempre habrá espacio para la crítica, para la crítica malsana, para la queja. Es deporte nacional. Dicho esto, Esther Queirolo, tras su escritorio en la estupenda oficina-buhardilla en el Museo Neruda de Isla Negra, sacude la cabeza, como un temblor apenas perceptible de un Parkinson incipiente, mientras deja caer la ceniza de su segundo o tercer cigarro dentro de una muy rústica -y tal vez también muy poética - concha de loco. A sus espaldas, el torreón gris de la mítica casa nerudiana se recorta sobre la diagonal verde oscuro de los pinos.
Desde el litoral