Entiendo que fue Hemingway el que sacó su máquina de escribir del escritorio y la llevó sobre un mueble alto, de manera de enfrentar su oficio de escribiente de pie. Entiendo perfecto también el alegato tras ese gesto del siempre atlético Ernest: intentar hacer de la actividad literaria, del acto mismo de escribir algo menos rancio, sedentario y confinado de lo que habitualmente resulta ser. En lo personal, en contraste con el acto de pintar, el acto de escribir siempre me ha generado mucho más conflicto. Por desgracia, tampoco creo que todo se solucione poniendo el notebook sobre una repisa o yéndome a instalar con éste en medio del jardín. Es el acto mismo el que conflictúa. Más allá de que la de Hemingway pueda parecernos una medida algo superficial, reflejo de la bien particular carta de navegación ideológica que aquel fornido escribiente yanqui adoptara en determinado momento de su vida (donde la Revolución Cubana, los mojitos y la caza de elefantes compartían similares niveles ...
Desde el litoral