Siempre me ha parecido que la forma en cómo funcionan tanto la publicidad como el marketing en general es una degradación de cómo debiesen. En teoría, su propósito es poder informar a los individuos sobre la existencia de ofertas (en un sentido amplio, comprendiendo a bienes, servicios e incluso personas) y sus características, para que los interesados puedan escoger aquéllas que más los satisfacen. Sin embargo, resulta evidente que este noble propósito, en la práctica, se traduce en un esfuerzo desatado -e incluso inescrupuloso- para lograr que la oferta sea consumida. No es sólo que las características de los bienes se presenten de manera sugestiva y con creatividad, sino que se disfraza lo ofertado con atributos que pueden no tener ninguna relación objetiva, comprobable con el producto en cuestión, y cuyo único fin es convencer, casi hipnotizar al potencial cliente. Es una lógica perversa, un absurdo y eterno engaño, que como tal, genera dependencia, adicción, embr...
Desde el litoral